UN LUGAR PARA SOÑAR

UN LUGAR PARA SOÑAR
puesta de sol en la Alhambra

jueves, agosto 31, 2006

De ruta por Extremadura ( 3 )

En mi anterior post proponía una alternativa al trayecto Plasencia - Cáceres, con muchos más kilómetros, pero merece la pena salir de la Autovía para conocer algunos de los rincones más bellos y con más historia de Extremadura y acercarse a La Raya, nombre que recibe la extensa área que de norte a sur y a ambos lados de la frontera hispanoportuguesa se extiende compartiendo un medio natural común, unos paisajes de gran belleza y sobre todo una rica y antiquísima historia de la que nos han llegado numerosos testimonios.
Desde Plasencia nos dirigimos a Galisteo; desde la misma carretera la población llamará tu atención porque se halla en lo alto de un pequeño cerro coronada por una torre de forma piramidal y porque está totalmente rodeada por una muralla de aspecto original y magnificamente conservada. Una vez en Galisteo comprobarás que la originalidad de la muralla reside en que está totalmente realizada con cantos de rio unidos con argamasa, y que es lo que más merece la pena, ya que de su antiguo castillo sólo queda el arco de entrada y la Torre de la Picota, y por cierto, también en mal estado.
Desde Galisteo, atravesando el valle del Alagón, nos dirigimos a Coria, una magnífica ciudad que hay que visitar para admirar su muralla romana, las torres y puertas árabes añadidas, el castillo y sobre todo la catedral, un majestuoso edificio del gótico tardío.

Si la catedral está abierta, no dejéis pasar la oportunidad de verla por dentro para contemplar
el espléndido coro con sillería realizada en madera de nogal y el retablo del altar mayor.
Salimos de Coria para dirigirnos a uno de los puntos clave del viaje y motivo principal de esta nueva ruta: Alcántara.
Desde la primera vez que vi una imagen del Puente de Alcántara he soñado con conocerlo, con verlo con mis propios ojos y con pasear por él. Cuando me terminé de leer El Puente de Alcántara, de Frank Baer, el deseo aún se acrecentó más. (Un inciso: bendita literatura y benditas novelas que nos hacen viajar sin movernos del sitio y recorrer y descubrir lugares únicos.)
Como decía, por fin iba a ver cumplido uno de mis sueños (hay otros lugares con los que también sueño como la Petra de los Nabateos o Santa Sofía de Estambul, pero están un poco más lejanos)
y puedo decir que en absoluto me sentí decepcionada. Es una magnífica obra de ingeniería civil, seguramente el puente romano más relevante de los que quedan en el mundo. Hablamos de un puente construido en el siglo I d.c. que salva una distancia de 194 metros con sus 6 arcos de diferente tamaño, y una altura aproximada de 71 metros y por cuya calzada, de 8 metros de anchura, siguen pasando a diario todo tipo de vehículos, pues el puente sigue siendo el único acceso a Alcántara y a muchas de las poblaciones de la vecina Portugal.
El puente de Alcántara es todo un conjunto monumental, pues además del propio puente hay que admirar también el arco de triunfo que se levanta en el centro de su calzada y en el que todavía, en la parte superior, se encuentra una placa de mármol dedicada a Trajano; cruzando el puente nos encontramos con un templo dedicado al arquitecto de la obra Cayo Julio Lácer, y a este lado del puente existe otra obra, que si bien no forma parte del conjunto romano, sí lo es del conjunto monumental, la Torre del Oro, de la época de Carlos III.
Ni que decir tiene que el puente lo crucé a pie, y no una, sino varias veces, deteniéndome a contemplar el río, la presa, el arco, las inscripciones de las lápidas e incluso las piedras. Lamentablemente sólo con palabras no sé explicar las sensaciones que me inundaban, pero entiendo que este post no trata de ello.
Bien, una vez aquí, y ya cruzado el puente, hay que dirigirse a Alcántara.
Para acceder al casco antiguo hay que atravesar el arco de la Concepción, resto mejor conservado de la muralla. Dentro de la población nos llamó especialmente la atención la Convento o Conventual de San Benito, que fue la casa prioral de la Orden de Alcántara. Consta de un edificio religioso de corte militar que contrasta con el bellísimo claustro gótico; junto a éste se ha edificado un amplio auditorio, de manera que desde la grada se contempla un escenario único, que, al parecer, acoge todos los veranos un festival de teatro.
Destaca también la iglesia de Santa María de Almocóvar, con una fachada románica y la estatua de San Pedro de Alcántara frente a ella.
Bien, hay que continuar el camino hacia Cáceres antes de que caiga el sol. De camino a la ciudad y a ambos lados de la carretera podemos observar numerosos embalses y lagunas, y poco antes de llegar a Cáceres, en Malpartida, entramos en los Barruecos. Merece la pena detenerse un rato, observar algunas aves en las charcas, admirar el antiguo lavadero de lanas junto al que se ubica el Museo Vostell, disfrutar de un bello paisaje y de una puesta de sol única.
Y, estando aquí, rodeada de inmensas moles de piedra, de miles de aves, de agua, me pregunto, ¿por qué tenemos una concepción de Extremadura como de una tierra seca, árida y pobre ? Por ahora sólo puedo hablaros de paisajes maravillosos, de ciudades y pueblos preciosos y de una riqueza medioambiental sorprendente.
Y ya con la luna brillando en el cielo llegamos a Cáceres, donde nos esperaba un baño de burbujas y una cómoda cama, siempre que fuéramos capaces de encontrar nuestro céntrico hotel y un lugar donde aparcar, pero esa historia la dejo para otro post.

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