UN LUGAR PARA SOÑAR

UN LUGAR PARA SOÑAR
puesta de sol en la Alhambra

miércoles, noviembre 29, 2006

La vida tiene altibajos, con subidas empinadas y suaves descensos, con llanuras, con curvas y oscilaciones, con mullidas mesetas y escarpados picos... pero merece la pena vivirla.

Una de argentino

Encontré un asiento libre en el vagón del metro y me senté. Frente a mí se sentó una pareja, tal vez amigos, tal vez compañeros de trabajo, rondando los cincuenta. El no paraba de hablar con ese discurso cansino y esa verborrea imparable que tienen algunos habitantes del cono sur y ella, a su lado, le escuchaba sin mucho entusiasmo.
A medida que las estaciones avanzaban lo hacía también la oratoria del argentino, que además, entusiasmado con su perorata, iba subiendo cada vez más el volumen de su voz para que todo el vagón fuera partícipe de su disertación, y exageraba un poco más aquel acento porteño.
En cierto momento comenzó a hablar de sus viajes por el mundo, dando la ligera impresión de que se estaba tirando algún farol que otro, hasta que llegó a Australia; yo intentaba concentrarme en cualquier otra cosa, pero era imposible, su charla lo dominaba todo, y entonces dijo algo que a su compañera y a mí nos llamó la atención:
_ (Con acento argentino y léase tal cual está escrito)
“...Y desde allá marchamos a Melbournn ...”
Su compañera dio un pequeño respingo en el asiento y le dijo:
_ Querrás decir Melburne
(Nuevamente con acento argentino y tal como está escrito):
_ “ No seás boluda, todos los españoles tenés el mismo problema, no tenés cultura idiomática, todo lo pronunciás como lo leéis, decís Miami por Mayami, y Melburne por Melbournn...”
Y se quedó tan a gusto. Siguió con su soliloquio dos o tres estaciones más sin que su compañera se atreviese a contradecirle lo más mínimo, y dando patadas al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española a la mínima ocasión, pero ya se sabe, ¿ quién se atreve a desafiar dialécticamente a un argentino?

Noche de infieles

Yo llamo noche de infieles a ese par de noches al año en que casi todos salimos con nuestros compañeros de trabajo o con nuestros amigos, pero sin nuestra correspondiente pareja y en la que, irremediablemente, y por muy bien que se lo esté pasando, siempre hay alguien con sentido de culpabilidad hacia el que se ha dejado en casa; es esa amiga que no para de repetirte que se lo está pasando como nunca y que esto hay que repetirlo en más ocasiones, pero a la que a la segunda copa ya le están entrando los remordimientos de conciencia.
Hay una noche de infieles por excelencia, la de la cena de Navidad.
La nuestra prometía, un grupo de ocho mujeres solas, ataviadas con sus mejores galas, con una capa extra de maquillaje y muchas ganas de juerga.
Empezamos tomando un vinito en una antigua bodega del centro mientras esperábamos al resto de las compañeras, sólo para entonarnos. De ahí pasamos al restaurante; de la cena sólo puedo decir que fue escandalosa: escandalosamente cara teniendo en cuenta la nula variedad, la poca cantidad y la escasa calidad, y escandalosamente ruidosa ya que en el mismo salón nos juntamos con la cena de otras cinco empresas: una mensajería, una cadena de electrodomésticos, una empresa de informática, un laboratorio farmacéutico y la delegación comercial de una multinacional, los más alborotadores, tanto que ya en la cena tuvimos nuestra primera baja, una de nuestras chicas se pasó a las filas de los comerciales y desapareció entre carantoñas.
Lo mejor de la cena, sin duda, la sobremesa, a base de cánticos, chupitos de licor, chistes y comentarios subiditos de tono. Nadie se dio cuenta, pero yo me agencié la frasca de licor de manzana sin alcohol y me la bebí prácticamente entera, mientras ellas daban cumplida cuenta de un aguardiente infame y otros licores de procedencia desconocida.
Con el estomago lleno, la compañía añadida de algunos adosados de las otras mesas y haciendo eses nos dirigimos a una de las discotecas más famosas y de moda de la capital. ¡Qué lujo!, ¡qué escalera!, ¡menuda tapicería y vaya lámparas! Lástima de palacete histórico reconvertido en templo de la modernidad, pero ya se sabe, renovarse o morir. Por cierto, las ansias de mi compañera Estrella no se vieron recompensadas aquella noche, no había ningún famoso en el local, o al menos, ella no lo encontró.
Recorrimos un montón de salas pasando del trance al progresive, del hip hop al house, de la electrónica al chill aut, de la tropical al hardcore... me debo estar haciendo muy vieja, porque casi todo me parecía el mismo rollo repetitivo y aburrido. Como es lógico terminamos en una sala de pop rock español, abarrotada y repleta de gente como nosotras, que bailaba y coreaba todas y cada una de las canciones.
Como es preceptivo en la discoteca nos tomamos otro pelotazo, que ya nos lo habían cobrado con creces con la entrada, y sufrimos otras dos bajas: a Soraya le dio el ataque de nostalgia y culpabilidad por haberse dejado a su novio en casa y se marchó sin terminarse su copa, y Eva, por no ser menos, decidió acompañarla. Las jóvenes iban abandonándonos dejándonos solas ante el peligro.
No sé muy bien cuantas copas llevaba encima Maite cuando empezó su particular espectáculo: subida sobre una plataforma, descalza, bailando como si quisiera desencajarse y lanzando besos a diestro y siniestro; conseguimos bajarla cuando ya había comenzado el estripteasse. ¡Menuda cogorza! De ahí pasó a la fase de los insultos contra todos los hombres, y luego a la llorera. La metimos en un taxi en dirección a su casa y no supimos nada de ella hasta tres días más tarde.
Por cierto, por el camino perdimos a Estrella, que, como no encontró a ningún famoso, se enrolló con un chico que se parecía bastante a Enrique San Francisco, que según ella le da morbo... no sé que pensará de eso su pareja, que se parece más bien a Bud Espencer.
Ya sólo quedábamos tres, y seguíamos con ganas de diversión; Eva sugirió un local que conocía, y allí que nos dirigimos.
El Jopplin era un local que había estado de moda veinte o veinticinco años atrás y en el que nada había cambiado con el tiempo, ni si quiera la clientela. Tenía dos plantas: en la inferior la barra de madera forrada con un acolchado skay verde con los taburetes a juego lo ocupaba casi todo, dejando sitio al fondo para un par de butacones en torno a unas mesitas en penumbra; subiendo por las mullidas escaleras llegabas a una sala más amplia en la que destacaba en el centro una pista de baile, con su indispensable lámpara-bola de cristal, y a su alrededor se repartían, estratégicamente iluminadas, las consabidas butaquitas con sus mesitas... todo muy kistch.
La música era buena, se podía bailar, se podía charlar cómodamente y además preparaban unos cócteles deliciosos. Al principio estuvo bien, pero llegó un momento en que el cansancio se apoderó de mis pies y de mis párpados, y empezó mi lucha a brazo partido contra los ataques de bostezo. En aquel momento Eva nos estaba hablando por enésima vez de su maravilloso marido, de la relación de confianza que mantenían, que entre ellos no había secretos, ni celos, y bla blabla bla bla...
No podía más. Tenía que ir al servicio, orinar el cóctel y despejarme un poco antes de despedirme.
Los servicios estaban en el lugar más extraño, en la planta baja, entre la barra y la puerta de entrada. Para poder acceder a ellos tuve que incordiar a una pareja que se estaba haciendo un intensivo reconocimiento buco dental con la lengua, y, entonces, reconocí a aquel besucón: era el marido de Eva, que se mostró presto a darme todo tipo de explicaciones sin quitar la mano de entre las piernas de la rubia de bote con la que se estaba dando el lote.
En cuclillas sobre la taza del inodoro decidí sobre mis posibilidades: podía no decir nada, que Eva descubriera a su marido y se le cayera de una vez el mito y de paso la soberbia, o ser una buena amiga, subir como si no hubiera pasado nada y entretenerla un rato hasta que el susodicho fuera capaz de huir de la escena del crimen.
Opté por la segunda opción. Me dirigí a Vicente y le di cinco minutos para que apurase la copa, se despidiese de la peliteñida y se fuera a casa a esperar a que su mujercita llegase al dulce hogar; siempre recordaré la cara de Vicente.
Cuando subí Eva seguía hablando de las bondades de su marido. Tuve que disimular un poco, y convencerles para bailar la canción que estaba sonando, y aún dos más, para asegurarme de que Vicente cumplía correctamente su cometido.
Era ya muy tarde cuando nos despedimos; recostada sobre el asiento del taxi que me llevaba a casa no podía parar de pensar en mi cama, y en el hombre que me estaría esperando en ella manteniéndomela caliente, y de pronto me entró una pequeña dosis de culpabilidad... ¡con lo bien que hubiéramos estado los dos juntitos esa noche, y lo que me dolían los pies!

lunes, noviembre 27, 2006


Y el sol se abrirá entre las nubes, iluminándolo todo de nuevo. Posted by Picasa

Jóvenes cuarentones

Últimamente a mi alrededor oigo hablar del tema de la edad constantemente: que si la crisis de los cuarenta, que si me estoy haciendo mayor, que si los chavales me hablan de usted, que si yo me siento joven, que si los años no pasan en balde... ¡ ah, juventud, divino tesoro!
Algo tiene la juventud que nos gusta tanto y que nos da miedo abandonar, y es que dejar de ser joven y convertirte en adulto significa aceptar que se ha llegado a un desarrollo pleno, que ya no hay marcha atrás.
Yo me sigo sintiendo como una jovencita, aunque en proceso de maduración, pero ¿hasta qué edad se es joven?, ¿cuándo dejamos de ser jóvenes y pasamos a convertirnos en adultos?, ¿quién decide que yo ya no soy joven?
Para el Consejo de la Juventud de España yo ya hace mucho tiempo que dejé atrás la juventud, pues los socios de este organismo no pueden tener más de 30 años. Claro, que peor es si hacemos caso a la ONU que considera que se deja de ser joven después de cumplir los 25.
El Ayuntamiento de Madrid cada vez amplia más el plazo, por más que a mí nunca me pilla, y actualmente cifra la edad límite de la juventud en los 35 años: hasta esa edad se pueden pedir subvenciones para adquirir viviendas, se puede entrar en los planes de jóvenes creadores o diseñadores, se puede optar a premios y becas... pero una vez cumplidos los 35 es usted un adulto que debe tener resueltos sus asuntos familiares, laborales, educación y vivienda y que no debe necesitar la tutela o ayuda de ningún organismo.
Yo creo que definir la juventud con el único criterio de la edad es insuficiente; por supuesto habrá muchos que antes de los 30 años hayan llegado a una madurez total y consideren que la juventud es una época terminada, pero conozco a muchos para los que cumplir 40 años no significa dejar de ser jóvenes.
Es curioso, pero tu profesión muchas veces puede determinar más que tu edad tu juventud. Si eres deportista, a partir de los 35 años tu carrera está a punto de finalizar, y pasarás a ser veterano, pero si hablamos de directores de cine, escritores o políticos, ser cuarentón es ser todavía joven, basten los ejemplos de Fernando León de Aranoa, Lucía Extebarría o Maria de La Pau Gener. Y, no digamos nada si eres empresario, notario o catedrático, puestos que parecen estar pensados sólo para adultos canosos muy responsables y con una edad cercana a la jubilación.
En cuanto al aspecto físico, tampoco es un criterio válido, Isabel Preysler tiene mejor piel y mejor figura que sus hijas, y es que ya sabemos que hoy en día la cirugía, el bótox y el photoshop pueden rejuvenecernos como nunca habríamos soñado.
¿Familia y estabilidad como medida? Es cierto que cuando formas una familia adquieres nuevas responsabilidades y maduras de golpe, aunque no en todos los casos. Además, según esta idea, todos aquellos que no han formado su propia familia, o que no piensan formarla, seguirán siendo jóvenes de por vida; y todos aquellos que fueron padres a una edad temprana podrían recuperar su juventud una vez que sus hijos creciesen.
Sinceramente, la juventud no es cosa de la edad, no consiste en tener pocos años. Ser joven es conservar vivas las ilusiones, seguir anhelando y deseando, tener apetito por conocer cosas nuevas, por aprender algo más, es seguir teniendo miedo a lo desconocido, ilusión por lo que haya de llegar, tener sueños por cumplir, metas lejanas que alcanzar.
Mientras tengamos despierta nuestra capacidad para soñar nos mantendremos jóvenes, aunque tengamos que teñirnos las canas, correr menos metros en menos tiempo y sentarnos a descansar después de una juerga.Y para todos los jóvenes cuarentones amantes de las citas, os regalo esta de Víctor Hugo: “Los 40 son la edad madura de la juventud; los 50, la juventud de la edad madura.”




Las imágenes que acompañan son obras de Michele del Campo

miércoles, noviembre 15, 2006

Publicidad en televisión


La Unión Europea aprueba la liberalización de la emisión de la publicidad en televisión y un incremento de la misma; a partir de ahora únicamente se establece un máximo de 12 minutos de publicidad por hora, eliminándose la limitación de tres horas diarias . Además, el acuerdo al que se ha llegado permitirá a cada televisión elegir el momento más apropiado para insertar anuncios, pudiendo realizar cortes publicitarios en programas de menor duración, en informativos y telefilmes.
Con los nuevos acuerdos podríamos pasar de emitir un máximo de tres horas de publicidad a algo más de cuatro horas diarías, sin contar, claro, espacios autopromocionales y programas de televenta
Esta es la teoría, pero, ¿qué va a ocurrir en realidad? Si en España, tanto la televisión pública como la privada, no han respetado hasta ahora la legislación vigente, sobrepasando ampliamente los tiempos mínimos aprobados e inventándose fórmulas para prolongar los espacios publicitarios, ¿qué va a suceder ahora que se liberaliza?
En nuestro país se hace muy difícil intentar ver una película en horario de máxima audiencia sin perder el hilo narrativo a costa de las interrupciones publicitarias; estamos acostumbrándonos a que los cortes se realicen incluso antes de que haya aparecido en escena el protagonista, o cuando apenas quedan unos minutos para el final del filme. Al paso que vamos, llegará un momento en que la programación éstará formada por anuncios publicitarios, programas de cotilleo y espacios de telerealidad zafios y barriobajeros salpicados con interrupciones de alguna película emitida hasta la saturación, o la reposición de alguna serie.
Eso sí, cada día tendremos más canales y mejor calidad de imagen para ver mejores anuncios, aunque las mejores ideas y los spots publicitarios más impactantes sólo podremos verlos en la red.

lunes, noviembre 06, 2006

Escapadas de fin de semana: Trujillo y Guadalupe

Ahora que el buen tiempo nos ha abandonado y que el otoño se ha instalado definitivamente entre nosotros es tiempo de pensar en pequeñas excursiones, escapadas de fin de semana. Desde aquí quiero recomendar algunas de las ciudades y pueblos más bonitos del interior de nuestro país, que por su historia, sus monumentos, sus paisajes y su gastronomía, bien vale la pena hacer un viaje.
Propongo comenzar con dos municipios del norte de Cáceres cargados de historia: Trujillo y Guadalupe.
Trujillo
Trujillo es conocida sobre todo por ser la cuna de grandes conquistadores de tierras americanas, entre los que destacan Francisco Pizarro y sus hermanos Juan, Gonzalo y Hernando, tal vez los trujillanos más conocidos. Pero esta villa guarda otros muchos encantos que merece la pena descubrir.
La enorme Plaza Mayor es uno de los lugares más representativos de la localidad. Entorno a esta irregular plaza se localizan algunos de los edificios más notables y más bellos, como el Palacio de los Orellana-Toledo, el de los duques de San Carlos o el de los Orellana-Pizarro, todos ellos con sus escudos esquinados. Destaca en la plaza también la iglesia de San Martín, la estatua de bronce de Francisco Pizarro y los arcos de los soportales de todas las casas, tanto las más nobles como las del pueblo llano; en uno de estos soportales se encuentra la oficina de información y turismo. La plaza se cierra al tráfico los fines de semana para que todo el mundo pueda disfrutar de este bello rincón.
Desde la plaza se puede comenzar el recorrido por la antigua ciudadela, cuyas calles empinadas, palacios, plazuelas, almenas, arcos y callejones nos trasladarán a otra época.
Podemos entrar a la antigua ciudadela amurallada por la puerta de Santiago, dejando a su izquierda el impresionante edificio de el alcázar de Luis Chávez el viejo. La iglesia de Santiago merece una visita; hoy en día su interior se ha convertido en un museo en el que podemos comprender un poco mejor la historia de Trujillo y su importancia en Extremadura, y donde además podemos contemplar la sacristía y la antigua casa del sacristán, y subir al campanario desde donde podremos obtener unas magníficas vistas del castillo y de la Plaza Mayor.
Si continuamos el recorrido hacia el castillo nos encontraremos con la iglesia de Santa María la Mayor, en cuyos alrededores se encuentran los edificios más notables y más característicos de la villa. De esta iglesia destacan sobre todo sus dos torres, la del campanario y la torre Julia, una torre románica visible casi desde cualquier punto de la ciudad.
Muy cerca de Santa María, en nuestra ascensión hacia el castillo, nos encontramos con la casa-museo de Pizarro, una reconstrucción en la planta baja de lo que debía ser la vivienda de un caballero de la época y en la planta superior un museo dedicado a la vida y descubrimientos de Pizarro.
Llegamos por fin ante el castillo, de origen árabe y situado en la parte más alta de la ciudad. Traspasados sus anchos muros podremos contemplar el patio de armas, subir a cualquiera de sus torres y pasear por las murallas disfrutando de unas inigualables vistas de Trujillo y sus alrededores. En la antigua torre del homenaje, en la que se dice que estuvo encerrada Juana la Beltraneja, encontramos hoy una capilla dedicada a la Virgen de la Victoria, patrona de Trujillo, cuya imagen, desde la parte superior, vela por sus ciudadanos.
Desde el castillo podemos bajar ahora por la puerta de las Palomas, desde donde podemos admirar las murallas. Recorrer las calles de Naranjos, Cambrones, Alberca, Altamirano... nos permitirá admirar algunos de los edificios civiles más bellos y mejor conservados de Trujillo y empaparnos de todo el espíritu Trujillano.
La buena conservación de Trujillo se debe, en parte, a la caza y las grandes fortunas de nuestro país. Muy cerca de Trujillo se encuentran las Villuercas y el Parque Natural de Monfragüe, con espaciosos cotos de caza mayor en los que abundan los venados, jabalíes y otras piezas que atraen a cazadores de todo el mundo; de hecho, en el mes de Octubre no es extraña la presencia por estos lares de Ernesto de Hannover y Carolina de Mónaco, de Collin Powell, o de algunos exministros del P.P.
Los anchos muros de las antiguas mansiones solariegas y palacios trujillanos son hoy en día las herméticas segundas residencias de muchos prohombres de las finanzas, la política y la cultura española, en las que las reuniones sociales tras una jornada cinegética son habituales.
Casi todo el mundo cuando visita Trujillo suele comer en los alrededores de la Plaza Mayor, yo recomiendo un pequeño restaurante en el casco antiguo, en la calle Cambrones, Restaurante la Alberca, cuyas especialidades de carne de caza a la brasa no se pueden dejar pasar, así como su mousse de queso. Además, si el dueño está de buen humor, por el mismo precio puedes escuchar historias interesantísimas sobre la ciudad y sus habitantes.
La oferta hotelera de Trujillo y sus alrededores es amplia. Si buscas paz, comodidad y un edificio histórico, puedes inclinarte por el Parador, un establecimiento de 4 estrellas emplazado en un antiguo convento; cargado de historia y totalmente céntrico está el NH Palacio de Santa Marta, en la calle Ballesteros, dando a la Plaza Mayor; si prefieres un lugar más tranquilo, en el entro del casco viejo, la Posada dos Orillas http://www.dos,un establecimiento de 4 estrellas con mucho encanto.
Si quieres algo más económico también lo hay, en cualquier caso te recomiendo que visites su página web www.trujillo.es donde podrás informarte más ampliamente.

Guadalupe


Desde Trujillo te propongo viajar a Guadalupe contemplando el maravilloso paisaje de las Villuercas, que en otoño muestra una amplia gama de colores, desde los ocres a los rojos pasando por los verdes más intensos.
Y en medio de esta explosión cromática aparece el monumental Monasterio de Guadalupe, rodeado de montes y flanqueado por pequeñas viviendas que conforman la Puebla de Guadalupe
Una recomendación especial: procura ir a Guadalupe cualquier día de la semana excepto los domingos. Los domingos el municipio se llena de autobuses y particulares de todos los rincones, y pasear por Guadalupe se hace complicado; si puedes evitar el domingo, mejor, y, sino, procura realizar la visita al monasterio a primera hora de la tarde.
Antes de entrar en el Monasterio recorre sus calles estrechas y empinadas, contempla sus casas, con soportales y cuyos muros, como en la judería de Hervás, se cubren con tejas; si no fuera por los coches, pensarías que has viajado al pasado.
También merece la pena una visita al Parador, frente al Monasterio, en el que destaca su patio de los naranjos. Por supuesto, si decides hacer noche en Guadalupe, alojarte en el Parador es una magnifica opción.
Pero el motivo principal de la visita es el Monasterio de Guadalupe. Frente a tí se yergue majestuoso un convento con reminiscencias de fortaleza en cuya portada se mezclan todos los estilos. La torre en la que se halla el reloj recuerda a la torre de la plaza de la Signoria de Florencia, con sus almenas, sus pequeñas ventanas y su matacán. Y, junto a estas sobrias torres se abren las puertas góticas de la basílica, con sus arcos y sus pináculos, invitándote a entrar en una iglesia en la que conviven elementos góticos con otros barrocos, destacando tras la reja un elevado retablo dorado en cuya parte superior se exhibe la virgen negra, la Virgen de Guadalupe.
A la izquierda de la iglesia se accede al monasterio y sus museos. Las visitas son guiadas y conformadas por grupos de 20 personas.
Una vez que se accede al recinto del monasterio y entremos en el claustro mudéjar, el bullicio queda atrás. En este claustro se respira paz, equilibrio, armonía y belleza. En el centro del claustro destaca un templete mudéjar, cuyo única función es ornamental, que llama la atención por su belleza y la delicadeza de sus formas. Las paredes del claustro están cubiertas con cuadros que relatan la historia del vaquero que halló a la virgen y los milagros que esta obró. Alrededor del claustro se abren diferentes salas que hoy en día están abiertas al público como museos: el museo de bordados, en el antiguo refectorio, el museo de pinturas y esculturas antiguas, destacando un gran crucifijo realizado con una única pieza de marfil, y el museo de libros miniados.
Desde el claustro se accede a la sacristía, una de las joyas de este edificio. En sus paredes cuelgan numerosos cuadros de gran tamaño de Zurbarán que jamás han abandonado estos muros, obras sobre la vida de San Jerónimo. Las paredes y las bóvedas de la sacristía están además completamente pintadas con dibujos de flores lo que hace el conjunto aún más espectacular. Al fondo de la sacristía se encuentra la capilla de San Jerónimo, adornada también con cuadros de Zurbarán, y con el gran fanal de Lepanto, en el que pueden verse incluso los agujeros de las balas.
La visita de esta sacristía no deja indiferente a nadie.
El recorrido continúa visitando el Tesoro de Guadalupe, donde pueden verse todo tipo de joyas, coronas, espejos venecianos y relicarios con los restos de mártires y santos.
Continuamos la ascensión y llegamos al Camarín de la Virgen, una sala barroca que llega a marear por su profusa decoración, desde la que se accede a la parte posterior del retablo de la iglesia y desde donde puede contemplarse la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.
También merece la pena visitar el coro y fijarse en la sillería y en su órgano.
Y, una vez terminada la visita, hay que reponer fuerzas. En los alrededores del monasterio hay numerosos restaurantes, pero muy poca variedad; además, unos y otros intentarán convenceros de que comáis en sus establecimientos. Como digo, los menús son muy similares y los precios también, así que lo dejo a libre elección.
Si aún os queda tiempo, acercaros a contemplar la naturaleza, los paisajes que rodean a Guadalupe merecen la pena, pero procurad que la noche no se os eche encima, porque la comarca de las Villuercas no destaca por su densidad de población precisamente. Posted by Picasa

Otoño

Incluso la época más melancólica y triste tiene su belleza, sólo hay que saber mirarla.