UN LUGAR PARA SOÑAR

UN LUGAR PARA SOÑAR
puesta de sol en la Alhambra

viernes, abril 04, 2008

Busco alguien a estrenar

Estábamos en amena conversación, y, como suele suceder en estos casos, de un tema nos fuímos a otro, y terminamos por hablar de sexo, en concreto de la primera vez. No, no pienso hablar en este post de mi primera vez, ni del cómo, ni del cuándo, ni del con quién, ni de qué tal fue, lo siento por los morbosos, el tema es otro.
Hablando de ello te das cuenta de que hay alguien que fue el primero, (ó la primera) y, que por mucho que queramos, ése no se olvida, de una manera o de otra, siempre se nos queda marcado. Y, de repente, me di cuenta de que yo nunca había sido esa primera vez para nadie, que no he dejado ese tipo de marca en nadie, y mi orgullo se sintió mínimamente herido y no pude evitar el manifestarlo en voz alta. Alguien me dijo que todavía estaba a tiempo de subsanar el problema y mi cabecita loca se puso inmediatamente a elucubrar.
Parto de la base de que son todo fantasías, que yo tengo mi pareja, con la que llevo muchos años de felicidad y de necesidades cubiertas, pero la imaginación es libre y juguetona. Estoy a punto de entrar en la cuarentena, y puede decirse que no estoy de mal ver, pero, sinceramente, no me veo en la tesitura de ponerme a ligar en bares y discotecas en busca del virgo perdido.Además, pienso que tiene que ser dificilísimo encontrar un ser mínimamente apetecible y con más de veinte años que se haya mantenido célibe, a no ser un tarado, y, esos me dan mucho miedo. En todo caso, puestos a elegir, se busca joven de más de 25 y menos de 35, cuerpo atlético y bien formado, atractivo y sin taras ni traumas, que se le necesita para una sola vez, pero dudo mucho que esos existan. Tampoco me veo acudiendo a la salida de los institutos, cual vieja verde, para buscar un púber acneico al que seducir, ¡ qué horror!, y, a lo peor, ni con esos, porque tengo entendido que los chicos cada vez rebajan más la edad de su primer contacto sexual.
Además, ¡qué pereza! porque seguro que me encontraría con un torpe atolondrado al que tendría que darle unas cuantas lecciones previas.
Visto lo visto, terminé con la cabeza fría y con los pies calientes, y con la convicción de que mi fantasía no se cumpliría jamás, porque, sólo era eso, una fantasía.

Cuentos de colores. Negro (II parte)

_”Esta no va a ser una confesión normal, padre, pero no quiero abandonar este mundo sin que al menos alguien conozca la verdad. Así, que, prepárese para escuchar mi historia.”_ La anciana cerró los ojos, suspiró profundamente y empezó a recordar.
_”
Yo apenas tenía trece años la primera vez que le vi, aunque, como todos, había oído hablar de él, que por aquel entonces, y por méritos propios ya había alcanzado el cargo de teniente, estaba a punto de ser nombrado capitán y era ya una leyenda local. Eran las fiestas en honor a nuestra patrona, y él era nuestro ilustre invitado; todas las fuerzas vivas del lugar se peleaban por mantener su atención aunque fuera sólo por unos minutos, y, en general, el pueblo entero se encontraba sumamente honrado con la presencia de aquel héroe, cuya misión no era otra que la de conseguir fondos para su causa y soldados para su lucha.
Yo estrenaba un precioso vestido de color rosa que mi madre me había confeccionado para la ocasión. En la iglesia me sentí observada, cuando salimos a la plaza, advertí su mirada, y, más tarde, en la procesión, nuestros ojos se cruzaron un par de veces, hasta que yo me ruboricé, aunque no niego que me sentí halagada.
Por la noche se celebró un baile en la plaza; el teniente no bailó, bastante entretenido estaba hablando con unos y con otros intentando recaudar fondos y adeptos que quisieran alistarse al ejército que estaba formando, pero entre conversación y conversación se le escapaban miradas de reojo hacia mí que todas mis amigas pudieron contemplar muertas de envidia.
Al día siguiente, hacia el medio día, el teniente apareció por nuestra finca acompañado por el alcalde. Mi padre, como la mayoría de los propietarios de fincas cercanas a la frontera, simpatizaba con la causa del teniente, y le había ofrecido una ayuda desinteresada. Mientras los hombres hablaban de política en el jardín, mi madre nos mandó a ayudar en la cocina, donde yo tuve que aguantar las oportunas bromas de mis hermanas y de la cocinera.
El teniente y el alcalde se quedaron a almorzar con nosotros. No sé cómo ocurrió, pero terminé sentada frente a él, y cada vez que levantaba la vista de mi plato me encontraba a aquel hombre contemplándome, mirándome de una manera como hasta entonces no lo había hecho nadie, y, no lo voy a negar, aquello me proporcionaba un placer por mí desconocido.
Después, durante el café alabó la comida, nuestra hospitalidad, y nos dedicó una serie de piropos a cada una de nosotras.
Pensé que nunca más le volvería a ver, que mi pequeña aventura galante había llegado a su fin, pero estaba equivocada. La tarde siguiente el teniente apareció nuevamente por nuestra finca, esta vez venía solo, y aunque su visita era inesperada mi padre le recibió amablemente. Desde la ventana de la habitación de mi hermana espié su conversación, que a mi madre no parecía agradarle, pero que finalizó con un fuerte apretón de manos de los dos hombres. Por la noche, durante la cena conocimos el tema de aquella conversación: el teniente se había sentido fuertemente atraído por mí y le había pedido permiso a mi padre para cortejarme, y éste, sintiéndose tremendamente orgulloso y halagado había accedido a que su hija mediana, su tesorito, como él me llamaba, fuese conquistado por tan gallardo prohombre.”
Un pequeño ataque de tos interrumpió la narración. El sacerdote acercó un vaso de agua a los labios de la anciana, que, en cuanto se hubo recuperado siguió con su relato.
_” La tarde siguiente el teniente se presentó en nuestra finca y tras tomar café con mi padre me invitó a pasear por el camino que bajaba hasta al río, y así empezó nuestro noviazgo, caminando seguidos de una cohorte de familiares que actuaban como carabinas. Yo apenas hablaba, mientras él me contaba miles de historias sobre batallas, justicia y libertad.
Me sentía fascinada, yo, una insignificante muchacha de pueblo elegida entre todas las mujeres por aquel atractivo hombre al que todos admiraban, estaba henchida de gozo y orgullo, y apenas me daba cuenta de lo que sucedía a mi alrededor.
La estancia del teniente en el pueblo duró sólo una semana más, y con su partida también se acabaron nuestros paseos, pero nuestra relación continuó, tornándose ahora epistolar. Cada pocos días recibía un par de cartas en las que me ponía al día de los pasos que iba dando en busca de nuevos hombres con los que formar su ejército y en las que intercalaba preciosas frases de amor, algún verso dedicado o palabras tiernas. Durante cinco meses acumulé un centenar de cartas, siempre leídas previamente por mi madre, a las que yo contestaba según su dictado, y un día, de repente, la correspondencia se interrumpió y tuvimos noticia de que la guerra había comenzado. Casi tres meses estuve sin noticias de él, hasta que una tarde apareció en nuestra finca acompañado por dos hombres y con el rango de capitán. Mientras sus hombres esperaban en el porche, al resguardo del frío de aquel invierno, mi padre y él se encerraron en el despacho. Pocos minutos después toda la familia fuimos convocada; el capitán Villanueva había pedido oficialmente mi mano y mi padre se la había concedido gustosamente.
No me pregunte cómo me sentí, padre, porque no sabría decírselo. ¿Contenta? no, ¿ilusionada? Tampoco, ¿sorprendida? no, tampoco fue esa la reacción ¿desconcertada? Sí, creo que es la palabra que mejor definiría mi estado.
Al día siguiente nos reunimos con el sacerdote y fijamos la boda para el otoño siguiente, el segundo sábado del mes de septiembre, y pocas horas más tarde el capitán Villanueva y sus hombres partieron de nuevo a la guerra.
Fue una temporada muy agitada. Cada día recibíamos expectantes nuevas noticias de la guerra; había semanas de júbilo cuando los nuestros conseguían avanzar posiciones, y momentos de desesperación y tristeza cuando se perdían batallas y hombres. Mi padre estaba más comprometido cada vez con la causa, y los beneficios de nuestra finca cada vez eran menores. Mi madre y yo ocupábamos nuestro tiempo en realizar a toda prisa mi ajuar y en convertir en un hogar una pequeña edificación ruinosa que existía en un extremo de la propiedad. Yo me veía arrastrada por todos aquellos acontecimientos sin disfrutar verdaderamente de nada.
Aquel verano fue especialmente doloroso y triste para mí. El conflicto se estaba desarrollando ya muy cerca de nuestro territorio, y las noticias que nos llegaban no eran nada halagüeñas. Cada día conocíamos nuevas derrotas, y empezamos a ser conscientes de la pérdida de numerosas jóvenes vidas. En el mes de julio una plaga de gripe azotó la comarca y en nuestro pueblo fue especialmente virulenta, acabando con la vida de muchos de nuestros vecinos. Una tarde volvíamos andando del cementerio cuando se desencadenó una fuerte tormenta. Mi madre nos apremió para llegar a la casa y refugiarnos de la lluvia, pero llegamos empapadas. Seguramente ella, en su afán de cuidar de nosotras, permaneció más tiempo con la ropa mojada, o tal vez, ya estaba enferma, el caso es que al día siguiente amaneció con una fiebre muy alta. Esa misma noche empezó a ahogarse, y cuatro días después falleció. Se me rompió el corazón y por primera vez en mi vida supe lo que era el dolor.
Teñí toda mi ropa de negro y me abandoné a la tristeza. Era como si de repente la muerte de mi madre me mostrase por primera vez la verdadera cara de la vida.”_
De los ojos de la anciana empezaron a brotar lágrimas que se abrían camino entre los pliegues de su apergaminado rostro.
_ “Me sentía desolada, a mi alrededor sólo veía pena, muerte, injusticia y dolor. La guerra me parecía cada vez más absurda, los ideales de mi padre en un nuestro futuro destino me resultaban cada vez más insensatos, las cartas de Villanueva más atroces, y el vestido blanco que colgaba de la percha de mi armario más esperpéntico. Durante días no comí, no dormí, sólo lloré, y no solo por mi madre.
Anunciamos a mi prometido el fallecimiento de mi madre. Villanueva se presentó en nuestra casa justo una semana antes de la fecha prevista para nuestra boda en compañía del párroco. Yo estaba decidida a guardar los preceptivos dos años de luto por mi madre, pero ni mi padre, ni el capitán, ni el párroco aceptaron mi decisión y acordaron que lo mejor era celebrar el casamiento en la fecha prevista sin festejos de ninguna clase. Y así fue, el segundo sábado del mes de septiembre, a las ocho de la mañana, vestida de negro de los pies a la cabeza y sólo unos días después de enterrar a mi madre, me convertí en la señora de Villanueva.”
La anciana paró de hablar y el silencio se hizo en la habitación. El sacerdote se quedó desconcertado durante unos segundos, hasta que la mujer abrió los ojos de nuevo. Le pidió que la incorporara un poco más, y cuando se hubo acomodado reanudó su crónica donde la había dejado.
_”No sé que idea tenía del matrimonio, pero fuera cual fuera, estaba equivocada. De la iglesia nos trasladamos directamente a la casa, y mi esposo decidió consumar el matrimonio inmediatamente. No hubo palabras dulces, ni caricias tiernas, ni delicadas maneras; todo aquello que había leído en las cartas desapareció como papel mojado. Me convertí en la esclava de mi marido, siempre atenta a sus órdenes, siempre complaciente, y sobre todo asustada, pues ya aquel primer día de casados recibí mis primeras bofetadas. "