UN LUGAR PARA SOÑAR

UN LUGAR PARA SOÑAR
puesta de sol en la Alhambra

sábado, septiembre 24, 2011

Colecciones

Se acabó el verano y el otoño nos invita al recogimiento, a retomar con calma proyectos que dejamos, a comenzar una nueva etapa... y  los kioskos nos lo recuerdan también en forma de colecciones de todo tipo, desde abanicos hasta libros de cualquier temática, pasando por cromos, fichas de labores de hogar, menaje, bricolaje, vehículos a escala... hay para casi todos los gustos.
 Siempre he pensado que pocos serán los que terminen estas colecciones, pero no debe ser así, pues año tras año las editoriales vuelven a la carga, y, supongo que si lo hacen es porque hay un público fiel y rentable. Yo he de confesar que he hecho un par de ellas: una colección de libros de historia y otra de una enciclopedia, y, la enciclopedia la he visto en muchas librerías de casas de conocidos, así, que no fui la única.
Tendemos a pensar en el coleccionista como un tipo raro, obsesionado por sus pequeños tesoros, maniático, introvertido y sedentario... pero  creo que eso es un tópico, el de los coleccionistas más entregados y auténticos, porque, en realidad todos somos coleccionistas, aunque no lo reconozcamos, casi todos guardamos  y hacemos acopio de algo a lo que damos un valor superior al que para los demás tiene.
Yo he conocido colecciones de todo tipo, a parte de las tradicionales de sellos, monedas y cromos, y ninguno de ellos se consideraba coleccionista. Un viejo amigo de mis padres poseía más de 30.000 libros, hasta en cinco idiomas, libros que él reencuadernaba y mimaba; por supuesto, llegó un momento en que se consideró un coleccionista de libros, pero tenía otra colección menos visible y más dificultosa: gran viajero, atesoraba muñecas con trajes típicos de todos los rincones del mundo, y, a aquello, no lo llamaba colección. Del mismo estilo, una buena amiga colecciona imanes de todos los rincones a los que amigos y familiares viajan; no fue consciente de que se había convertido en una coleccionista hasta que este verano, a la vuelta de vacaciones, cuando todos le entregaron su imán de recuerdo, no hubo espacio en la nevera donde colocarlos todos. Tengo un buen amigo, director de un museo, cuya casa es otro verdadero museo de todo tipo de objetos, y, cuando una tienda tradicional va a echar el cierre, allí está él para llevarse los objetos del pasado, y sin embargo, no se considera un auténtico coleccionista. El marido de una amiga tiene más de cien relojes de pulsera, todos con su estuche original, algunos de gran valor, pero tampoco se cree coleccionista. Mi padre, como muchos, es de los que guardan todo tipo de papeles: facturas, recibos, nóminas, recortes de periódicos, frases curiosas... desde hace más de 40 años, por cualquier cajón, en cualquier estantería. No tienen valor, pero no se te ocurra tirar ni uno de ellos; es capaz de decirte lo que valía cualquier producto en un año cualquiera. También colecciona mapas y folletos de todos los sitios a los que viaja, manía que yo he heredado, y de la que tengo una buena colección, aunque bastante incompleta aún. Mi amiga Ana para relajarse hace punto y le gusta guardar siempre un pequeño ovillo. Comprar lanas ha llegado a convertirse en una adicción, y este invierno, tras llegar a casa después de una compra compulsiva, se dio cuenta de la cantidad de miles de euros que llevaba gastados, o invertidos, en su hobby; también guarda varios tarros repletos de botones de todos los colores y tamaños... lo suyo es la mercería. Una de mis cuñadas posee todos los recuerdos de bodas, bautizos, comuniones y eventos a los que ha sido invitada a lo largo de su vida; da igual lo poco prácticos o atractivos que sean, es incapaz de deshacerse de ninguno de ellos. Una de mis hermanas tiene un armario lleno de artículos de papelería, en especial lápices y pinturas, por los que siente una atracción irracional. Un amigo, exfumador, guarda miles de mecheros, la mayoría de publicidad, y muchos de ellos, sin piedra o sin gas, y es capaz de guardarse los que se queden en una mesa o en la barra de un bar. Conozco hombres que tienen cajas y cajas de tuercas, tornillos, clavos y demás. Entre mis amigas hay una a la que le ha dado por los pañuelos, pashminas, echarpes y demás, y es incapaz de saber cuantos puede tener; a su hermana le dio por la cosmética, y guarda todas las barras de labios prácticamente gastadas que a lo largo de su vida a utilizado.
Y son sólo unos pequeños ejemplos, porque, todos, en mayor o menor grado somos coleccionistas de  cosas que apenas tienen valor pero que nos gusta guardar  y de las que por motivos sentimentales no somos capaces de deshacernos.
Yo, como ya he dicho, tengo una colección de mapas y folletos de lugares que he visitado; en dos ocasiones, y por sendas mudanzas, me deshice de dos colecciones de cómics, ahora llevo varios años guardando todos los números de una revista de historia. Pero sobretodo, me considero coleccionista de imágenes. Llevo toda mi vida haciendo fotografías, no puedo ir a un lugar sin mi cámara, y guardo como un tesoro todas esas imágenes, esos recuerdos que hacen que aquellos momentos siempre estén frescos en mi memoria. Me gusta mirarlas de cuando en cuando y recordar el momento en el que se tomaron, el lugar, incluso los aromas y las emociones del momento. Si mi casa ardiera, lo que intentaría salvar serían mis álbumes y mi disco externo repleto de fotografías, porque mi vida sin ellas no sería la misma, así que sí, soy una coleccionista.
Seguro que tú también lo eres, reflexiona un poco, ¿tú qué coleccionas?