UN LUGAR PARA SOÑAR

UN LUGAR PARA SOÑAR
puesta de sol en la Alhambra

martes, agosto 14, 2007

La vida Bárbara

Cap. 7 De Fiesta ( Versión extraída directamente del diario personal de Bárbara )

Puede decirse que el cumpleaños de Laura, como fiesta, fue todo un éxito. Acudieron a la cita más de una treintena de amigos, compañeros de trabajo y conocidos de la homenajeada, todos portando algún regalo para la anfitriona y la mayoría añadiendo algún licor con alto contenido etílico a la ya de por sí amplia bodega. He de reconocer que la selección musical escogida por Nacho fue del agrado de la mayoría, incluyéndome yo misma entre los adeptos, y que todo el mundo bailó al compás de las melodías seleccionadas. Las ensaladas, canapés y demás viandas preparados por nosotras debieron ser también del gusto de todos los presentes, porque desaparecieron con gran rapidez de las bandejas. El buen ambiente, la diversión y la juerga se prolongaron hasta muy altas horas de la madrugada, cuando el cansancio y el exceso de alcohol hicieron estragos entre nosotros. Pese a todo, hubo quien decidió continuar la juerga por separado en alguno de los locales nocturnos - o más apropiado sería decir diurnos - situados entre la urbanización donde nuestra amiga tenía su chalet y Madrid.
Sería acertado decir que la mayoría de los asistentes se marcharon de la fiesta con un buen sabor de boca, aunque no en el sentido literal, claro.
Sin embargo, yo he de decir que en lo que se refiere a mis planes, la fiesta no cumplió todas las expectativas que yo deseaba.
Es cierto que un considerable número de los invitados eran del sexo masculino, pero hay que tener en cuenta que algunos de ellos se presentaron con sus parejas, lo que los hacía totalmente descartables para mis intenciones. Eliminados los “comprometidos” quedaron un grupo de solteros entre los que encontré a los especimenes más variopintos.
El primero en acercárseme fue un viejo conocido, José Hidalgo. Un grupo de viejas amigas estábamos charlando animadamente sobre algo intranscendental, cuando mi antiguo compañero de Facultad se aproximó para piropearme efusivamente y pedir mi opinión a cerca del original retrato que había regalado a mi amiga Laura. Decidí ser educada y mentí, y tanto pareció complacerle mi respuesta que me invitó a acudir a su estudio para poder realizarme un retrato, a ser posible un desnudo. Tardé mucho tiempo en conseguir quitármelo de encima, tuve que recurrir con miradas de auxilio a la ayuda de mis amigas, pero en toda la noche ya no cesé de notar como su mirada me desnudaba y me colocaba en las más incómodas y extrañas poses.
Con el ánimo todavía muy alto pese a mi paréntesis con Pepito Hidalgo, decidí que era yo quien debía dar el primer paso para acercarme a alguno de los candidatos. El elegido fue un chico que me había impactado desde el primer momento. Tenía un aire un poco ausente, parecía no cuadrar del todo bien en la fiesta, pero resultaba extrañamente atractivo pese a su larga y lacia melena de color pajizo y las gafas redondas, algo pasadas de moda, pero que le daban un aire a medio camino entre intelectual y místico. Aproveché un cambio de música para acercarme a él y hacerle algún comentario nimio sobre la comida. Noté en seguida que pareció sentirse halagado de que alguien como yo hubiera reparado en él, y rápidamente comenzamos a mantener una conversación. Al principio hablamos sobre generalidades, pero muy pronto comencé a aburrirme mientras él me soltaba un tedioso discurso sobre los compromisos sociales, las diferencias de clases y el tercer mundo, un tema por el que yo nunca sentí una especial preocupación y que me parecía totalmente inadecuado para una fiesta. El muchacho al que yo creí un compañero de trabajo de Laura resultaba ser uno de los amigos de Nacho, con una concepción de la vida bastante parecida a la de él, tan diferente de la mía. Creo que ya empezaba a bostezar cuando Laura apareció como un salvavidas con la excusa de presentarme a alguno de sus compañeros de trabajo.
Mi buena amiga se me llevó hacia un pequeño corrillo, estratégicamente situados junto a las bebidas estaban los que resultaron ser sus compañeros de trabajo. Me los fue presentando uno a uno, e hizo especial hincapié en un tal Alfredo, con el que según ella tendría mucho puntos en común ya que las familias de ambos procedían de Santander. He de reconocer que a primera vista Alfredo me gustó. Destacaba un poco entre la multitud, porque era el único que había acudido vistiendo traje y corbata, pero resultaba elegante, con su pelo engominado y oliendo divinamente. Estuvimos hablando un largo rato, y nos intercambiamos los teléfonos, pero de pronto, desapareció de la fiesta, eso sí, él solo, y volví a quedarme como estaba, compuesta y sin novio. El resto de los compañeros de Alicia habían acudido con sus respectivas parejas, algunas de las cuales trabajaban también en la misma empresa, salvo un chico al que todos llamaban “Pi”. El tal “Pi” era el típico gracioso, y verdaderamente, no tenía el menor interés en conocerle en profundidad.
Cuando Alfredo desapareció de la fiesta me quedé un tanto desconcertada, así que para recobrar el ánimo me dirigí al grupo formado por mis viejos amigos. La mayoría están ya casados o a punto de hacerlo, pero pasamos un buen rato recordando viejos tiempos y bailando la música de nuestra adolescencia y juventud, la música de los años `80, que con tanta maestría estaba pinchando Nacho. Estábamos dejándonos llevar por sonidos de grupos ya desaparecidos cuando hizo su entrada al garaje un hombre incapaz de pasar desapercibido en cualquier ambiente. Era un hombre excesivamente alto y corpulento, aunque no era grueso ni estaba deforme. Sus manos, en las que portaba un paquete deliciosamente envuelto eran las más grandes que yo nunca había visto, y su cara se unía al tronco sin dejar distinguir claramente el cuello. Sin embargo, su cara expresaba bondad, tal vez por sus mejillas excesivamente coloradas y la ausencia de toda sombra de barba.
Entró portando el primoroso paquete y una amplia sonrisa y saludó a todos con una voz profunda y grave, una voz que retumbaba. Se dirigió sin vacilar hacia Laura, y le abrazó al tiempo que la elevaba un par de palmos del suelo. Casi todos los presentes nos quedamos petrificados, pensando en que le iba a hacer daño, y de pronto, le estampó un par de ruidosos besos a los que Laura respondió de igual manera. Aquel gigante se echó a reír estrepitosamente, de tal manera que se podían escuchar sus carcajadas desde puntos bastante alejados.
Tras su particular entrada, la fiesta recobró su tono habitual, aunque su voz sonaba por encima de todas las demás. Yo no podía quitarle ojo, me sentía extrañamente hipnotizada por aquel ser descomunal, que sin embargo se movía con bastante gracia en la pista y que parecía conocer a todo el mundo.
Lo reconozco, estaba intrigada. Laura me sacó de dudas. Alejadas de oídos indiscretos en el cuarto de baño de la primera planta de la casa, me explicó, a grandes rasgos, que Pedro, pues ese era el nombre del gigantón, era uno de sus amigos de la infancia, vecino de la urbanización, y resultaba ser además uno de los socios de la compañía para la que mi amiga trabajaba como informática. Pedro, al parecer, era un buen partido, pues además de tener una participación en esta sociedad, era propietario de otras dos empresas y tenía una pequeña ganadería que le rentaba unos buenos beneficios. Y, lo más importante, estaba soltero. Con estos antecedentes, es lógico que insistiese en ser presentada a él, y aunque Laura rezongueó un poco, terminó por acceder a mis deseos, para lo cual, y aprovechando mi estancia en los lavabos me retoqué un poco.
Cuando nuestra común amiga nos presentó alabó todas mis virtudes ante él, haciendo especial mención a mi buen gusto tanto en lo referido a la decoración como al arte. A Pedro esto pareció interesarle, pues no en vano, una de sus empresas se dedicaba a la fabricación y venta de muebles. Estuvimos hablando unos minutos del tema, me pidió mi teléfono y la dirección exacta del estudio de decoración, pero no conseguí retenerle más de diez minutos seguidos, pues parecía ser una persona muy sociable y todos querían contar con su presencia.
En el fondo, me molestó, y tampoco sé muy bien por qué. Realmente no me gustaba, más bien al contrario, su físico llamaba la atención pero no resultaba atractivo, pero, por otra parte me disgustaba su indiferencia hacia mí. ¿Cómo un hombre como aquel podía ser insensible hacia los encantos de una mujer como yo? Además, estaba claro que entre todos los asistentes a la fiesta, este era el que más convenía a mis planes, y por tanto, a mí.
Un poco desilusionada me refugié en un vaso de ron con cola. No fue suficiente, aquel cubata no había conseguido alegrarme, así que lo intenté con un segundo. Hubiera seguido hasta acabar con la botella de no ser por Alicia, que me invitó a unirme de nuevo al grupo de rompepistas.
Las horas iban pasando sin darnos cuenta. Poco a poco la gente fue abandonando el lugar, y cada vez el intercambio de besos y despedidas resultaba un poco más corto. Llegó un momento en que el número de invitados se había reducido a algo menos de la mitad, la fiesta estaba decayendo. Un pequeño grupo aprovechamos para descansar y hablar en un tono más relajado sentados sobre los viejos cojines. La voz de Pedro resonó desde la otra esquina del garaje invitando a tomar una última copa en un lugar diferente, a lo que unos cuantos se apuntaron, y Alicia aprovechó el momento para insinuarse y conquistar al tal “Pi”, objetivo que cumplió sin excesivo esfuerzo. El cansancio, el exceso de alcohol y el sueño terminaron por vencernos, y de ese modo, la fiesta concluyó.
A la mañana siguiente, cuando desperté resacosa descubrí que Alicia no había dormido en la habitación, y que contábamos con una persona más para que nos ayudase a recoger los restos de la fiesta. Al parecer, la única persona que había dormido sola era yo.

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