UN LUGAR PARA SOÑAR

UN LUGAR PARA SOÑAR
puesta de sol en la Alhambra

jueves, febrero 22, 2007

La vida Bárbara

Cap. 2 El viaje de novia.
El plan de Bárbara era sencillo, de puro sencillo se diría que ridículo. Había decidido que debía de perder su soltería antes de cumplir los treinta y dos , para lo que le faltaban poco más de dieciocho meses, por lo que debía de conseguir un novio dispuesto a casarse en un tiempo récord. La primera parte de su plan consistía en buscar a ese príncipe azul en el crucero que debiera haber sido su luna de miel junto a su esposo. Sólo que yo ocuparía el lugar de Alberto .
No sé cómo logró convencerme, pero siempre lo hace, desde que éramos niñas, siempre consigue salirse con la suya.
Para ella era una manera de matar varios pájaros de un tiro, de este modo no perdería el coste de su viaje, el crucero le permitiría relajarse y “escapar de la dolorosa realidad” y yo le podría ayudar a elegir al mejor candidato entre los numerosos solteros que compartirían la travesía.
Bárbara sabía ser convincente. Además, como ella decía, nada teníamos que perder, sería una buena oportunidad para relajarnos, disfrutar y afianzar más la amistad que ambas compartíamos después de tantos años.
Ante el exultante optimismo de Bárbara, yo me mostraba un poco más realista. Sabía que sería difícil hallar un pretendiente a la medida en el transcurso de un crucero de diez días de duración, máxime cuando sus únicas dos relaciones habían durado tres y cinco años respectivamente, pero me sentí incapaz de desilusionar a la entusiasmada Bárbara.
El lunes fue un día muy ajetreado. Bárbara consiguió cambiar la titularidad de las reservas sin tener que abonar la diferencia, aunque a cambio tendríamos que compartir la cama de matrimonio en un camarote "un poco inferior" al elegido en un principio. A media mañana tuvo también una pequeña reunión con Sofía para solucionar algunos flecos económicos. Sofía no era sólo la madre de Alberto, también era su jefa en el estudio de decoración en el que Bárbara siempre había trabajado.
Sofía siempre había tratado a Bárbara más que como a una empleada como a una hija, incluso antes de que comenzara su relación con Alberto; tal vez por eso en principio no puso ninguna objeción a sus propuestas. El seguro se haría cargo de la parte de la hipoteca que correspondía a Alberto y ningún miembro de la familia le reclamaría cantidad alguna. Las cuentas comunes pasaban así a total disposición de Bárbara, al igual que el coche y el mobiliario y las pertenencias que había ya en la casa. Aprovechó también para pedirle unas pequeñas vacaciones que le ayudasen a “serenar su destrozado ánimo antes de enfrentarse a la rutina diaria en solitario”. La propia Sofía le sugirió la conveniencia de salir de viaje unos días, de aprovechar el crucero para cambiar de aires, incluso le ofreció una estimable cantidad económica para que disfrutara de sus vacaciones.
La tarde la dedicó a hacer las maletas. Consiguió después de grandes esfuerzos meter todo lo que había decidido llevarse en sólo dos enormes maletas y un bolso de mano.
Yo, por mi parte, debía conseguir también esos días libres. No supe que excusa inventar ante mis socios, así que acabé contándoles la verdad. Se mostraron bastante comprensivos con la situación de Bárbara, a la que desde ese momento consideraron más loca que nunca, y finalmente accedieron a que me tomara unos días libres, eso sí, siempre y cuando me acordara de traerles unos cuantos souvenirs. Trabajé en el despacho hasta bien entrada la noche para no dejarles trabajo atrasado, con lo que apenas tuve tiempo para nada más. Cuando terminé de hacer mi maleta era ya de madrugada y caí rendida en la cama.
Al alba me despertó el timbre de la puerta. Era Bárbara parapetada tras sus maletas. Estaba bellísima, nada que ver con la imagen de dos días antes. Tenía un brillo especial en la mirada, como el de una quinceañera enamorada por primera vez. Realmente estaba arrebatadora. Su excitación pronto me contagió y en sólo unos minutos yo también estuve lista.
Al poco tiempo allí estábamos las dos, en el aeropuerto de Barajas, dispuestas a tomar un vuelo que nos condujera a Mallorca, donde nos esperaba un emocionante viaje surcando las aguas del viejo Mediterráneo.
Cuando tomamos tierra en el aeropuerto de Mallorca el cielo ya estaba completamente gris. Oscuros nubarrones amenazaban el inicio de nuestras vacaciones, pero a la optimista y renovada Bárbara ningún presagio podía desanimarla.
Cuando a media tarde embarcamos, la lluvia había dejado de ser una amenaza para convertirse en una realidad. A Bárbara, excitada como una niña pequeña, esto tampoco pareció afectarle. Estaba deseosa de instalarse en su magnífico camarote y conocer todas las opciones que aquel barco podía ofrecernos para el disfrute de nuestro tiempo libre.
Mi decepción fue enorme; Bárbara me había enseñado varias veces el folleto del crucero en el que podían verse varias fotografías de los camarotes y de algunas de las instalaciones. Nuestro camarote no se parecía en absoluto a ninguna de las fotografías, que debían estar tomadas con un gran angular o en un lugar muy diferente a nuestra habitación. Era un habitáculo realmente pequeño, diría que incluso asfixiante, todo el mobiliario se reducía a una gran cama de matrimonio, dos pequeños estantes que hacían las veces de mesillas de noche, un pequeño armario empotrado de puertas correderas y una cómoda bajita con espejo. Al meternos nosotras con nuestro equipaje el espacio libre desapareció por completo.No cabía nada más. Apenas había espacio para abrir la puerta que daba al baño, de reducidísimas dimensiones, y rodear la cama era una difícil tarea. El comentario de Bárbara ante mi mueca de asombro me hizo sonreír:
_” No te preocupes, aquí sólo vamos a estar el tiempo imprescindible, que va a ser más bien poco.” ¡Qué equivocada estaba!
Fue una odisea encontrar un pequeño espacio en el que colocar las maletas, así como el resto de nuestras pertenencias, porque, por supuesto, toda la ropa no entraba en el pequeño armario. Al final, con una gran dosis de imaginación conseguimos resolver nuestro problema de espacio y los cuadros del camarote y la barra de la ducha sirvieron como improvisados colgadores para nuestras prendas.
Una vez solucionado el problema de la ropa y el espacio, decidimos investigar qué podía ofrecernos este hotel flotante. La diversión parecía asegurada. Podíamos elegir entre varios tipos de restaurantes, bares, una discoteca, el casino, la sala de baile con actuaciones en directo, las piscinas, el gimnasio, el minicine…o simplemente tumbarnos a tomar el sol y contemplar el mar.
Pero, lo que realmente más nos preocupaba, el verdadero motivo de nuestro viaje, era la búsqueda de un soltero apetecible dispuesto a contraer nupcias en un tiempo inferior a un año. Pensamos que el mejor lugar para un primer contacto a esas horas sería alguno de los bares. No fue así, los bares que visitamos estaban prácticamente vacíos, y los únicos hombres sin compañía femenina que en ellos encontramos no podían considerarse más que como abuelos de los hipotéticos candidatos.
Con la moral todavía muy alta decidimos arreglarnos para la cena, donde tendríamos ocasión de conocer a la mayor parte de nuestros compañeros de travesía y donde Bárbara tenía puestas todas sus esperanzas. Esa noche mi amiga puso toda la carne en el asador con un traje largo que insinuaba todo lo que su cuerpo podía ofrecer. Yo intenté estar a su altura, pero puedo asegurar que ninguna mujer podría haberle hecho sombra esa noche. Armadas de valor y con nuestras mejores galas hicimos la entrada en el restaurante. Bárbara había visto demasiados capítulos de Vacaciones en el mar, y al igual que en la comedia televisiva, había creído posible encontrar el romance a bordo. Para abrir boca y para poder elegir a nuestras víctimas decidimos previamente tomar un aperitivo en la barra, y allí fue donde la realidad se mostró con toda su crudeza ante los ojos de mi buena amiga Bárbara. El barco estaba copado por parejas en luna de miel y matrimonios que celebraban bodas de diferentes metales preciosos. El empalagoso aroma del amor y el romanticismo lo inundaba todo. Esa noche cenamos rodeadas de parejas que se cogían tiernamente de las manos y se miraban embobadas a los ojos.
Nuestra siguiente escala la hicimos en la discoteca del barco. Hacía mucho tiempo que yo no acudía a una discoteca, pero las recordaba como lugares oscuros en los que sonaba música estridente a todo volumen, idónea para mover el cuerpo a tu propio ritmo, desde luego, nada que ver con la sucesión de temas lentos que se escuchaban a través de los altavoces y que las parejas aprovechaban para bailar en un profundo abrazo. Ante la imposibilidad de salir a bailar a la pista y en espera de algún tema más movido decidimos beber hasta que nos encontramos realmente ebrias. Puedo garantizar que en el largo periodo ningún caballero se acercó a nosotras con la aviesa intención de bailar o intentar ligar con nosotras.
La noche terminó resultando bastante movidita, y no hablo en sentido figurado. La lluvia que nos había recibido esa tarde se había convertido en una tormenta que hacía agitarse el barco. A ello hemos de añadir los efectos del alcohol en nuestros cuerpos, que intensificaban bastante las ya de por sí fuertes sensaciones de movimiento. Pasamos toda la noche y buena parte de la mañana vomitando por turnos en nuestro claustrofóbico cuarto de baño.
Los siguientes días no fueron mucho mejores. El tiempo cada vez era más inestable, lo que no invitaba a salir mucho de la habitación, y nuestro aspecto cada vez más deplorable, pues la sensación de mareo no nos abandonaba ni si quiera cuando tomábamos tierra en algún puerto, de manera que tampoco podía decirse que disfrutásemos de las diferentes ciudades en las que el barco hacía escala.
Por fin, el quinto día el tiempo pareció mejorar y decidimos disfrutar de la piscina. Estando tumbadas sobre las hamacas, dejando que los rayos del tímido sol broncearan nuestros maltratados cuerpos, mi amiga descubrió a dos hombres muy atractivos que nos miraban sin ningún disimulo.
_” No mires, pero ahí hay dos chicos que no nos quitan ojo” _ me soltó mientras me daba un codazo.
_” ¿Dónde, dónde?” _ interrogué al tiempo que giraba mi cabeza en todas las direcciones.
_” Disimula un poco, hija. Ahí, a mi derecha, los dos morenazos atléticos con el daiquiri en la mano.”
Se trataba de dos chicos de catálogo, altos, bronceados, con músculos de gimnasio y guapísimos.
_” ¡Ah, ya! _ contesté con indiferencia _Son una pareja de homosexuales”.
_” ¡Y tú qué sabrás! El del bañador amarillo es monísimo, me encanta, y además no me quita ojo.”
_” Te digo que son pareja, que se entienden, que no tienes nada que hacer.”
Se giró bruscamente hacia mí, estaba enfadada.
_ “Vamos a ver, sabihonda ¿cómo lo sabes?”- me dijo elevando un poco el tono.
_” No te lo sé explicar, eso son cosas que se notan, y yo las noto. Te digo que esos dos son gays. “
Bárbara se quedó unos minutos observándoles intentando adivinar alguna señal oculta . De pronto los dos jóvenes adonis se levantaron y se dirigieron a nuestro encuentro. Bárbara me sacudió otro codazo mientras esgrimía una gran sonrisa de satisfacción. ¡Habíamos ligado por fin!
_”¡ Hola chicas! ¿Podemos sentarnos con vosotras? _ preguntó el del bañador amarillo.
Les invitamos a sentarse con nosotras. Llamamos al camarero y le pedimos cuatro daiquiris.
_” Yo soy Rubén y este es Néstor. Somos de Barcelona, ¿y vosotras?”
_” Mi nombre es Bárbara y mi amiga se llama Alicia. Vivimos en Madrid, y embarcamos en Mallorca.”
Tras las presentaciones de rigor estuvimos charlando animadamente sobre el accidentado viaje y las ciudades visitadas al tiempo que disfrutábamos de nuestras bebidas. De pronto el tal Néstor dijo:
_” Chicas, me parece admirable que nosotros cuatro seamos capaces de hacer gala de nuestra homosexualidad en un entorno tan romántico como éste”
Efectivamente, eran homosexuales. Y habían creído que nosotras también lo éramos. Resultó difícil convencerles de lo contrario, y tuvimos que explicarles nuestra historia, sobre todo el motivo de compartir la cama de matrimonio.
Nuestros nuevos amigos decidieron ayudarnos en la difícil tarea de buscar jóvenes solteros a bordo, pero fue inútil. A parte de un joven imberbe que acompañaba a sus padres y una agrupación de la tercera edad, los pocos solteros del pasaje pertenecían a nuestro propio sexo, al parecer a unas cuantas solteras y otras tantas separadas se les había ocurrido la misma genial idea que a mi amiga. Pese a ello, el resto de nuestro viaje resultó bastante divertido gracias, en parte, a la compañía de esta pareja.
Regresamos a Madrid sin novio para Bárbara, con las maletas llenas de recuerdos para los amigos y familiares, con un ligerísimo bronceado y con un montón de nuevos amigos, todos ellos en pareja, claro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola! Ni sé cómo llegué por aquí a tu blog, pero leí con detalles y todo la travesía que emprendieron y me animé a escribirte.
Tengo 41, aún soltera y con ganas de encontrar al definitivo pronto!
Aún con mis años ,no pierdo esperanzas de que llegue.
Aquí te dejo esta historia de gran lección.

Un hombre de muchisimo dinero y soltero, afanado en conquistar a la mujer de sus sueños, se decidió a gastarlo todo cuando escogió a la que creyó adecuada.
Es así que la llenó de regalos cada vez más costosos, flores (que le enviaba a diario)y muchísimas cartas de amor y poemas que (para hacerlo más romántico), las enviaba a su domicilio usando un servicio delivery de lujo, puntual y rápido.
Tanto fué la participación de este servicio en el afán del joven, que esta mujer comenzó una amistad con su postman (mensajero) con el que finalmente se casó.

Así es el amor. Así de curioso e incomprensible.

Deseo para ella y para tí, mucho amor y exito en la vida.
Con afecto desde Chile, FB