UN LUGAR PARA SOÑAR

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puesta de sol en la Alhambra

sábado, septiembre 08, 2007

La vida Bárbara

Cap. 8 Sofía
Con la llegada del mes de Junio, Sofía empezó a notar algunos cambios en el comportamiento y las actitudes de Bárbara. En las últimas semanas parecía menos abatida, un poco más alegre, más optimista, menos resentida con el mundo y con los que le rodeaban, algo más resuelta y animosa. Eran cambios apenas perceptibles para la mayoría, pero a Sofía aquellos pequeños detalles le recordaban a la joven Bárbara que un día, hacía ya más de seis años, había entrado al estudio con su curriculum bajo el brazo ante el reclamo de un puesto de trabajo.
Desde el primer momento la simpatía de Sofía por su pupila fue notoria, y llegaron a estrechar los lazos de tal manera que la relación que existía entre ambas mujeres iba más allá de lo profesional, se podría decir que Bárbara sentía algo más que admiración por su superiora, a la que intentaba imitar en todos los aspectos, mientras que Sofía llegó a desarrollar un profundo cariño por la muchacha, a la que quería casi como a la hija que nunca tuvo, tanto que hizo lo imposible por llegar a convertirla en parte de su familia.
Durante las fechas posteriores a la muerte de Alberto, Sofía no podía dejar de evocar imágenes de un pasado común en la que la protagonista era Bárbara. Recordaba su bello rostro rebosante de inocencia el día que la entrevistó para el trabajo. Le impresionaron desde el primer momento sus delicados modales y su exquisita educación, la mirada franca y directa, la manera en que se sentó, cruzando las piernas elegantemente hacia la derecha a la altura de los tobillos, su tono de voz suave al tiempo que firme y el entusiasmo con el que le enseñó y explicó algunos de los bocetos que portaba.
A veces, a su memoria llegaban imágenes de los primeros tiempos de relación laboral, cuando Bárbara parecía iluminar con su sola presencia cada rincón, cuando se ruborizaba cada vez que se elogiaba su trabajo o alguna de sus ideas, cuando cada mañana, por muy pronto que Sofía llegara, se la encontraba esperando ante los cierres de la tienda con la mejor de sus sonrisas. Añoraba aquella sensación de frescura, de aire nuevo que durante aquellos días inundó el negocio. En ocasiones, cuando cerraba los ojos volvía a vivir las largas conversaciones ante una taza de café poco antes de marchar a casa, aquellas charlas que cada vez eran más extensas e íntimas y en la que las dos se fueron abriendo lentamente. Sofía escuchaba con avidez los problemas que Bárbara tenía en la relación con sus padres y sus hermanos mayores, su desengaño amoroso y como éste había incidido en las ya de por sí malas relaciones familiares, los pequeños cotilleos, las relaciones con sus amigos, sus planes de futuro, a la vez que se permitía el darle consejos que la muchacha rápidamente ponía en práctica. A cambio, ella encontró una persona a la que poder contar sus problemas diarios, su complicada vida como empresaria, trabajadora, esposa, madre y ante todo mujer en un mundo de y para hombres. En Bárbara halló a alguien que no era sólo su confidente, demostraba ser ante todo una amiga y alguien que la admiraba, un ser al que podía aconsejar e incluso moldear. Cuando Sofía recordaba aquellos momentos sonreía… ¡Qué lejos habían quedado ahora! Sabía que aquella complicidad entre ambas mujeres no podría repetirse ya, no tenía esperanzas de que Bárbara le abriese su corazón para contarle lo que le estaba sucediendo y sabía muy bien el por qué.
Sofía había sido una mujer dedicada por entero a la familia y sobre todo a su trabajo. A lo largo de su vida había conocido a muchas personas, su carácter dicharachero y extrovertido le había procurado una extensísima agenda de conocidos, pero apenas tenía amigos. Con el paso de los años, al ir creciendo los hijos, se fue volcando cada vez más en su empresa, al tiempo que se aislaba de todo lo que no tuviera que ver con su particular universo. Con gran esfuerzo había conseguido sacar adelante sola un viejo negocio de antigüedades heredado, había logrado convertirlo en un exitoso estudio de decoración y tienda de muebles, referente de la nueva clase dirigente madrileña. De pronto, un día se dio cuenta de que estaba muy sola, ni su marido ni sus hijos conseguían ya llenar ese vacío que se había instalado en su alma, y tampoco tenía fuerzas ni ganas para reconquistar aquella parcela de su vida. Su negocio había crecido espectacularmente en detrimento de su vida personal , y fue entonces cuando decidió contratar a alguien que le ayudase en el trabajo, alguien en que poder delegar ciertas tareas con la esperanza de así encontrar un tiempo para recuperar su vida familiar. Ese alguien fue Bárbara.
Durante meses Sofía fue abriendo un hueco en su frío corazón de mujer luchadora e independiente, la tímida e insegura Bárbara había conseguido despertar en Sofía sentimientos que creía dormidos y que ni sus propios hijos le habían sabido provocar. Necesitaba su presencia, su cariño, y sobre todo esa adoración y admiración que Bárbara le transmitía en todo lo que hacía, decía y expresaba. Se había acostumbrado a la muchacha, le resultaba ya indispensable en su vida y no estaba dispuesta ni si quiera a pensar en perderla
Alrededor de la joven fue tejiendo una tela de araña en la que implicó al mediano de sus hijos, Alberto, un hombre frío, poco afectivo, pero siempre deseoso de complacer a su madre. No fue difícil organizar un encuentro casual entre ellos, deseosos como estaban ambos de conocerse tras haber oído las exageradas virtudes y méritos de uno y otro en boca de Sofía. Aquellos encuentros, siempre auspiciados por la misma persona, comenzaron a ser cada vez más frecuentes, y pronto una pequeña chispa prendió entre ambos. Sofía se llevó una gran alegría al comprobar que su estrategia había funcionado, ahora sólo tenía que avivar aquel pequeño fuego, y para ello no dudó en invitar a Nuria a pasar las vacaciones con ellos en su chalet en la costa, le fue introduciendo poco a poco en su círculo de amistades y familiares, le otorgó una pequeña participación en su empresa, y con el tiempo convenció a la pareja de la conveniencia de adquirir una propiedad conjunta en una urbanización a las afueras de Madrid, relativamente cercana a su residencia, e incluso, con astucia maquiavélica, consiguió que un desmotivado Alberto se declarase. Para aquel entonces Sofía ya sabía que Bárbara estaba suficientemente implicada en la familia y deslumbrada ante la posición y las comodidades que la vida junto a Alberto le ofrecían como para negarse a aquella proposición. En aquellos tiempos únicamente hubo un detalle que no satisfizo plenamente a Sofía: la fecha del enlace se pospuso hasta que las obras de la vivienda estuviesen completamente terminadas, casi dos años.
Sofía recordaba ahora como en aquel tiempo la actitud de Bárbara fue cambiando. Su entusiasmo ante todo fue descendiendo, ya no se sorprendía con cualquier detalle, se volvió más retraída, más fría, más interesada, menos comunicativa. Había logrado ganar una hija, pero a cambio estaba perdiendo su amistad.
A medida que la fecha de la boda se iba acercando, la relación entre ambas mujeres iba enfriándose. Aparentemente, nada había cambiado, Sofía le ayudó en la elección del traje, la confección del menú, la lista de invitados y todos los pequeños detalles que rodeaban al gran evento, sin embargo, los silencios cada vez eran mayores y los ojos de Bárbara no transmitían la ilusión esperada. Sofía sabía que Bárbara se encontraba atrapada en una red que no le hacía feliz, y que esa situación estaba distanciándolas irremisiblemente. Se sentía culpable, conocía bien a Bárbara, no sería capaz de renunciar a la complaciente vida que Alberto le ofrecía ni enfrentarse a la mujer que casi todo se lo había proporcionado.
Por eso, ahora que todo había acabado, Sofía, en su fuero interno, no podía dejar de alegrarse al ver los cambios que Bárbara estaba experimentando. Sabía que lo que estaba sintiendo era una aberración, pero no podía dejar de alegrarse ante la perspectiva de volver a recuperar a la Bárbara a la que siempre había querido, aunque para ello hubiera tenido que perder a su hijo. Confiaba en que todo volviera a ser como antes, esperaba que la joven nunca fuera consciente de que ella había sido la promotora de su estrangulamiento emocional, suspiraba porque volviera a acercarse nuevamente a ella, pero no sabía como hacerlo.

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