UN LUGAR PARA SOÑAR

UN LUGAR PARA SOÑAR
puesta de sol en la Alhambra

jueves, mayo 31, 2007

¿Cuánto?

Era viernes por la tarde, un viernes primaveral que anunciaba un fin de semana de altas temperaturas, sol y escapadas. Corríamos hacia el coche, porque unos minutos significaban la diferencia entre un tráfico denso o un atasco monumental.
Salimos escopetadas del trabajo en dirección a la M-30. A la altura del puente de Ventas dos chicos empezaron a pitarnos desde su vehículo con la clara intención de llamar nuestra atención, pero mi amiga Su decidió pasar olímpicamente de ellos.
El tráfico comenzaba a condensarse más, incluso llegamos a pararnos en alguna ocasión, y a nuestra izquierda, el coche blanco con los dos chicos nos pitaba y nos hacía señas para que bajáramos la ventanilla. Susana comenzaba a alterarse con aquellos dos individuos, y estalló cuando el que estaba en el asiento del copiloto le hizo un signo con los dedos índice y corazón que claramente significaba “¿cuánto?”. De su boca empezaron a salir lindezas del estilo de “eso se lo preguntas a tu madre, cabrón, a ver cuánto te quiere cobrar ella” e improperios de toda clase. Lo peor de todo era que aquellos dos no se daban por aludidos, y seguían pitando y haciendo el mismo gesto, ya con ambas manos. Susana estaba a punto de explotar y lanzaba insultos de toda clase, mentando a las madres de ambos y toda la clase de prácticas sexuales que se le ocurría que podrían realizar con ellas. Poco antes de llegar al puente de la carretera de Valencia, estando ya totalmente parados ambos vehículos, el chico del coche blanco bajó totalmente la ventanilla y sacando medio cuerpo por ella y haciendo bocina con las manos preguntó “¿qué cuanto pides?”. La cara de Susana era ya todo un poema, a punto estaba de coger la barra antirrobo cuando una lucecita se encendió en mi cabecita. “Susana, ¿tú no llevas un cartel en la parte de atrás de la ranchera que indica que vendes este coche?”. Durante unos segundos se quedó mirándome de una forma extraña, incluso pensé que la iba a pagar conmigo, pero poco a poco su rostro se fue relajando. El tráfico volvió a ser fluido y Susana se incorporó para salir por Conde de Casal, y con una flema casi británica me respondió “Bueno, si tanto interés tienen en saber el precio del coche que llamen por teléfono, no te jode, porque han estado a punto de que les abriera la cabeza”.
Al incorporarnos a la derecha les perdimos de vista.
Cuando Susana le contó lo sucedido a su marido, que era el que había puesto el cartel, este no pudo más que echarse a reír durante un buen rato, y, es que de sobras conoce él el fuerte carácter de su mujer.

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