UN LUGAR PARA SOÑAR

UN LUGAR PARA SOÑAR
puesta de sol en la Alhambra

viernes, enero 19, 2007

La diosa




Estaba sentada frente al espejo. Desnuda, sin maquillaje e iluminada por los rayos de sol que al atardecer se filtraban entre las cortinas, podían apreciarse las huellas que el paso del tiempo había dejado en su cuerpo . Seguía poseyendo un rostro y un cuerpo de belleza armónica, pero su blanca piel había comenzado a perder su tersura y se había vuelto más flácida; pequeñas arrugas bordeaban los ojos y la boca y finos surcos se marcaban en la frente y el cuello. Sus pechos, antes redondos, duros y erectos, miraban el suelo de reojo. La cintura, que en otro tiempo había sido abarcada holgadamente por unas manos masculinas había aumentado algunos centímetros, y el culo, antes duro y respingón había descendido algunos centímetros pese a los esfuerzos en el gimnasio.


La imagen que se reflejaba en la luna de cristal era la de una atractiva mujer que había perdido su más divino tesoro, su juventud, pero que no aparentaba el medio siglo que estaba próxima a cumplir.


Sobre el tocador le esperaban tarros, botes, pinceles, botellas, lápices, barras de labios... Recogió su mata de pelo rojizo - antes natural, hoy teñido para ocultar algunas canas - y comenzó a ocultar el tiempo tras varias capas de cremas, polvos y afeites. Cuando terminó de maquillarse el espejo le devolvió la imagen de una cara hermosa y jovial sobre un cuerpo cansado.


Se perfumó generosamente en la nuca, en el nacimiento de los senos, alrededor del ombligo, en las ingles, en la cara interna de las rodillas y en las muñecas.


Se levantó despacio y se dirigió a la cama donde una serie de prendas se mostraban como si la colcha fuera un escaparate. Tomó primero un sujetador de raso y encaje negro que se colocó para reafirmar su pecho; continuó con una finísima media de cristal que se adaptó perfectamente a su pierna izquierda e hizo otro tanto con la derecha. Se ajustó después un liguero de encaje negro y finalizó con un tanga a juego: ya estaba vestida por dentro. Tres vestidos seguían exhibiéndose sobre la cama; finalmente optó por embutirse en un vestido negro con mangas hasta los codos y un amplio escote circular que mostraba generosamente su escote y su espalda. Unos zapatos de fino tacón y pulsera al tobillo completaban su atuendo.


Se encaminó de nuevo al tocador, soltó su melena y le dió unos últimos toques. Por último, se adornó con unos pendientes y unas pulseras.


La imagen que el espejo reflejaba ahora tenía al menos quince años menos que la que había visto quince minutos antes.




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José Luís Azuara era un tipo mediocre, un hombre de esos que no destacan por nada y en los que nadie repara, un hombre que había pasado por la vida casi de puntillas, sin hacer apenas ruido, sin hacerse notar. Se había pasado los últimos veinticinco años dedicados únicamente a su trabajo, encerrado en un despacho, viendo números y más números mientras los años pasaban dejando su marca en una calvicie acusada y en un estómago cada vez más abultado.

José Luís era un tipo solitario, un soltero vocacional. Había amado por primera y única vez a los veinte años, con la profundidad que se ama la primera vez y con la intensidad y la pasión que se hace a los veinte años. Eran un solo corazón en dos cuerpos, hasta que un día ella desapareció sin decir adiós, sin dejar un rastro, sin una explicación, y José Luís se quedó con su cuerpo y medio corazón.

Ella desapareció, pero su recuerdo nunca lo hizo, al contrario, con el paso del tiempo creció hasta convertirse en la idolatración por una diosa. Por esta razón José Luís nunca pudo amar a otra mujer, todo su amor iba destinado a su diosa, la mujer perfecta e incomparable, y por ello desahogaba sus apetencias sexuales con mujeres públicas a las que podía comprar para gozar de sus cuerpos y humillar por unas monedas, volcando en ellas todas sus miserias y decepciones.
Para celebrar sus veinticinco años en la empresa José Luís fue recompensado con el ascenso con el que tanto había soñado y por el que tanto había peleado. Ya era uno de ellos, un directivo, un hombre importante al que todos reconocerían y temerían. Y no fue ese su único premio, sus nuevos socios le habían preparado una fiesta en uno de los clubs más discretos, elegantes y perversos de toda la ciudad.
Estaba situado a las afueras de la población. Una altísima valla rodeaba todo el perímetro evitando la vista a los curiosos. En la puerta principal un portero les solicitó una clave, y tras cruzar la puerta se encontraron con un jardín perfectamente cuidado y al final del camino una casa de estilo modernista de tres plantas. Al acceder al interior de la mansión José Luis quedó impresionado por el lujo y los detalles de buen gusto que pudo apreciar en la decoración. Accedieron a una inmensa sala circular con los suelos de mármol, ventanales cubiertos con magníficas vidrieras coloristas, muebles de ébano y lámparas de cristal tallado. Una chica jovencísima tocaba desnuda una pieza de Chopín en un gran piano de cola; algunos hombres fumaban y bebían cómodamente reclinados en butacones mientras algunas bellezas semidesnudas les atendían con caricias y mimos. Una valquiria vestida únicamente con una máscara de cuero y unas botas de altísimo tacón humillaba con un látigo a dos conocidísimos políticos oponentes en la vida pública. Mirara dónde mirara José Luis veía mujeres ligeras de ropa, sexo y lujuria.
Nunca había visto nada semejante a aquello, ni si quiera se había atrevido a soñarlo, pero no podía negar que estaba realmente cautivado. De repente, por la escalinata de mármol blanco vio descender la figura de una pelirroja embutida en un seductor traje negro. La dama avanzaba hacia ellos seguida de una cohorte de seductoras beldades, pero José Luís ya no fue capaz de apreciar nada más, porque sus ojos no podían dejar de contemplar a la mujer vestida de negro.
La observó petrificado, de arriba a abajo: contempló su pelo rojizo y rizado, sus cejas, sus felinos ojos verdes velados por aquellas magníficas pestañas, sus pómulos, aquella sensual boca pintada de rojo, su largo y blanco cuello y su escote, adivinando un lunar en el seno izquierdo, sus amorosos brazos, su pequeña cintura, sus caderas, sus esculturales piernas, sus tobillos...eran idénticos a los de su diosa, la mujer a la que amó y poseyó por primera vez cuando sólo tenían veinte años. Creyó viajar en un instante al pasado, volver a tener sólo veinte años, ser nuevamente un estudiante envidiado por media Universidad que estaba enamorada de la bella pelirroja que sólo condecía sus favores al joven Azuara. Creyó pasear nuevamente cogido de su mano, besarse en cada esquina y hacer el amor a escondidas en un 600 a muchos kilómetros de miradas y censuras, donde ayer sólo había campo y hoy se alzaban nuevas urbanizaciones. Durante sólo unos segundos evocó el sabor de sus besos, el olor de su cuerpo, el placer de la carne. Creyó estar soñando, pero las voces le volvieron a la realidad, al presente, él tenía casi cincuenta años y ella poco más de veinte, él era un hombre gris y ella una mujer reluciente.
No, no podía ser ella, era alguien que se parecía mucho a ella, tal vez su hija, ¿su hija?, no, no podía ser, ¿quién era?
José Luís sintió que la estancia daba vueltas a una velocidad vertiginosa y lo último que vio antes de percibir sólo la oscuridad fue a su diosa avanzando hacia él con su espléndida sonrisa.
Cuando despertó se encontró tumbado sobre una cama extraña; alguien le tenía tomada la mano y le acariciaba: en aquel momento supo que era ella. Y supo también que su diosa, la mujer idolatrada, había sido una mujer pública a la que cualquier hombre había podido comprar con dinero para verter en ella todas sus frustraciones. Se intercambiaron miradas llenas de preguntas y reproches mudos. José Luís no podía dejar de preguntarse cuántos hombres habrían pasado por su vida, cuántos habrían comprado su cuerpo, sus caricias, sus besos, a cuántos hombres habría amado, por qué desapareció de su vida sin una explicación, sin un adiós...
Ella odiaba en aquel momento a José Luís por haberle devuelto a la realidad, por hacerle recuperar treinta años de golpe, por hacerla envejecer de ese modo, por presentarle de modo tan crudo la realidad que ella supuso varios lustros atrás, cuando comprendió que la vida junto a José Luís sería gris y monótona, muy alejada del lujo y la opulencia con los que ella soñaba.
José Luís quiso hablar, pero ella le puso su dedo índice en la boca. Para él resultaba todo muy absurdo y ridículo, tenía ganas de golpearla, de estrangularla, pero sin saber cómo, comenzó a lamer aquel dedo. Se miraron, comenzaron a besarse y poco a poco las manos de él se deslizaron por el cuerpo de ella hasta encontrar la cremallera del vestido. Se desnudaron mutuamente, sin prisas, e hicieron el amor como años atrás, sintiendo, amando, despacio.
Desnudos, extasiados y aún con el olor y el sabor del uno en el otro, ella se levantó y cubriendo su desnudez con la sábana se giró hacia José Luís y en tono tajante le dijo:
- “ Tienes diez minutos para salir de aquí, salir de mi vida para no regresar nunca más. La mujer que tú conociste dejó de existir hace mucho tiempo, esa que tú amabas está muerta y enterrada, sólo vive en ti. Yo soy otra, y esta otra no te conviene, no te quiere, sólo quiere tu dinero. Olvídate de mí, olvídala como yo la olvidé.”

José Luís se levantó, se vistió y se marchó dejando antes un billete sobre la mesilla. Ya en su coche sintió que alguien le había robado muchos años de su vida, notó que le habían quitado el pasado, que era un hombre sin pasado, sin vida, sin historia. Se adentró en las entrañas de la ciudad y buscó un bar abierto donde poder beber para olvidar, olvidar su pasado, su amor, su diosa, su vida.
El sol empezaba ya a librar su batalla contra la oscuridad cuando totalmente embriagado abandonó el bar; en una esquina una mujer entrada en años esperaba cazar algún cliente rezagado. Llevaba una peluca tipo Cleopatra y más pintura en la cara de la que en su vida utilizó la famosa emperatriz. Su escotado suéter y su corta falda dejaban al descubierto una sobredosis de grasa, pero a José Luís le pareció sumamente hermosa y decidió comprar su cuerpo para inventar después un pasado consagrado a esta nueva diosa.

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