UN LUGAR PARA SOÑAR

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puesta de sol en la Alhambra

miércoles, diciembre 13, 2006

El primer beso



Hace unos días, durante una amena conversación sobre las primeras veces, un amigo me preguntó por mi primer beso, ese primer beso que por más tiempo que pase nunca se olvida y que siempre se recuerda con un cariño especial.

Fue durante unas vacaciones de Semana Santa, en el pueblo. Esa noche el chico que me gustaba y yo nos perdimos del resto de la pandilla, y paseando por las calles más solitarias llegamos hasta la ermita. Recuerdo que hacía muchísimo frío, y para resguardarnos del gélido viento nos refugiamos al abrigo de un contrafuerte; con la excusa del frío cada vez nos acercábamos más el uno al otro, y de pronto, su boca se acercó a la mía y me besó. ¡Qué chasco! No escuché violines, ni trompetas, ni el suelo tembló bajo mis pies, ni nada de nada, y lo peor, él se dio cuenta de que no sabía besar; por suerte me dio unas ligeras explicaciones y repetimos la jugada. Tengo que decir que aunque mejoré un poco, mi segundo beso no fue nada del otro mundo. Pero el chico estaba por la labor, y repetimos una tercera vez... y entonces sí, entonces noté como una ola de calor subía hacia mis mejillas, como el vello de mi cuerpo se erizaba y como durante unos segundos una pequeña sacudida eléctrica recorría mi cuerpo haciéndome conocer una sensación de placer hasta ese momento desconocida. Mi boca ansiaba su boca, su lengua, su contacto, y era recíproco.
No sé cuánto tiempo estuvimos besándonos, porque los dos perdimos la noción del tiempo, sólo sé que de vuelta a casa iba flotando, como en una nube, que ya no sentía el frío, y que no podía quitarme una sonrisa de felicidad de la cara.
Esa noche dormí como una bendita, soñando con los dulces besos del chico de los ojos verdes.
A la mañana siguiente una ola de vergüenza me invadió: no podía dejar de pensar que todo el mundo me miraba, especialmente mi madre, y que adivinaban lo que había pasado, que algún cambio físico se había producido en mí, porque yo me sentía diferente, para mí aquel beso significó el paso definitivo de la niñez a la adolescencia.
Durante aquella Semana Santa hubo más besos, besos con olor a hierba y sabor a pan, pero los otros no los recuerdo, como tampoco recuerdo los de las vacaciones siguientes, ni la mayoría de los que vendrían después.
Sin embargo, hubo otros primeros besos que también fueron especiales y cuyo recuerdo sigue emocionándome.
Con especial cariño recuerdo un beso casi robado que le di a un chico en las escaleras. El chico me gustaba a rabiar, pero él no se decidía y yo tampoco. Se estaba haciendo tarde, me tenía que marchar a casa, y decidí lanzarme de cabeza a la piscina. Si salía mal iba a hacer el ridículo más espantoso, pero con no volvernos a ver, todo solucionado; pero, si salía bien...y salió bien. Escuché violines, orquesta, coros, fuegos artificiales y no sé cuantas cosas más, y por lo visto, él también. Aquel beso “robado”, pero compartido en las escaleras significó el comienzo de una bonita relación, en la que hubo muchos más besos, largos, dulces,cálidos, húmedos y sensuales.
Después besé a muchas ranas y sapos, lo confieso, hasta que encontré a un príncipe. También en esta ocasión tuve yo que lanzarme a besarle, porque el chico no se arrancaba. Tiempo después me confesó que aquel primer beso que le di no le gustó excesivamente, pero dio igual, porque ya estaba enamorado. Pero esa es otra historia que nada tiene que ver con los primeros besos.

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