UN LUGAR PARA SOÑAR

UN LUGAR PARA SOÑAR
puesta de sol en la Alhambra

viernes, octubre 20, 2006

Cuentos de colores. La joven del pelo naranja


La noche que vino al mundo en el cielo se desató una gran tormenta. Los gritos de su madre quedaron ahogados por el estallido de un poderoso trueno que alcanzó el campanario del pueblo destrozando totalmente la torre de la iglesia. “Mal augurio”, predijo la partera que la ayudó a venir al mundo. Su madre murió dos días después entre terribles dolores y sin confesar quien era el padre de aquella criatura. El abuelo se vio solo con aquella niña que le ganó el corazón desde el primer minuto de vida.
Fue bautizada entre las ruinas de la iglesia con el nombre de Sara; aquella vez todo el pueblo la oyó llorar. Muchos se acercaron a verla con curiosidad, pero nadie fue capaz de encontrarle un parecido, aunque todos coincidían en alabar la belleza de aquella criatura de piel blanquísima.
El abuelo no encontró un ama de cría disponible para aquella niña y se vio obligado a alimentarla con la leche de una de las cabras de su rebaño, pero, pese a todo Sara fue creciendo sana y fuerte, y sobre todo extrañamente bella.
Un día el abuelo observó que la pelusa que crecía en la redonda cabecita de la niña iba tomando un preocupante tono anaranjado. Aquello era desconcertante, ¿a quién demonios salía aquella niña? Desde aquel día el viejo se preocupó de cubrir la cabeza de la niña con gorros, pañuelos o cualquier trapo que encontraba por la casa.
Durante un tiempo el viejo se dedicó a escudriñar a todos los habitantes del pueblo, y más tarde a los de la comarca, intentando encontrar entre todos ellos algo que pudiera reconocer en las facciones de la niña, tarea en la que no obtuvo ni el más pequeño éxito.
Sara demostró ser un bebé especial desde el principio. Comenzó a gatear mucho antes que la mayoría de las criaturas, y antes de cumplir el año ya andaba perfectamente; también comenzó a hablar prematuramente y con sólo un año y medio tenía un vocabulario extenso que manejaba a la perfección. Muy pronto también desarrolló una fuerza que llamó la atención de su abuelo, y una capacidad especial para entenderse con los animales. Pero, lo que más preocupó al anciano fue descubrir que la pequeña manejaba con una soltura especial su mano izquierda, mientras que la habilidad con su mano derecha era escasa. Prácticamente ya no tenía ninguna duda, aquella niña tenía todos los signos, y no podía ser una simple coincidencia, Sara era hija del demonio.
El temor más grande que jamás hubiera experimentado se apoderó de aquel hombre. Quería demasiado a aquella chiquilla, pero sabía que debería de deshacerse de la niña antes de que ésta creciera y se convirtiera en una criatura diabólica. Le parecía imposible pensar que un ser tan adorable como Sara, con aquella sonrisa tan dulce y aquellos ojos grises tan alegres pudiera llegar a ser alguien peligroso, pero había aprendido que alguien así sólo podía ser la última descendiente del diablo y que estaba llamada a hacer cosas monstruosas.
Faltaba poco para celebrar el cuarto cumpleaños de la niña. Aquella noche, una vez que Sara se hubo acostado, el abuelo se tomó dos vasos del licor más fuerte que encontró en la casa para infundirse un poco de valor, y armado con el cuchillo de matanza bien afilado entró en la habitación y se dirigió al camastro donde dormía la niña. Las piernas le temblaban, pero estaba decidido; con una mano tapó la boca de la pequeña y mientras, con la otra, trató de cortarle el cuello, pero en el último momento se echó atrás.
Sara oyó llorar desconsoladamente a su abuelo toda la noche. No había tenido valor para hacerlo, no podía matar a una criatura, y mucho menos a su querida nieta; además, aunque fuera hija del mismo demonio, también lo era de su propia hija, una criatura buena y abnegada hasta el fin de sus días, así que ¿por qué no iba a ser Sara una buena niña?
Desde aquel momento la máxima preocupación del viejo fue que nadie en el pueblo descubriese las señales de Satanás en su nieta. Coloreaba el pelo de la niña con las más extrañas substancias, y seguía cubriendo su cabeza con cualquier clase de tocado; vendó su mano izquierda y se la inutilizó atándosela a la espalda para así obligarle a ejercitar la derecha; exponía a la niña al sol para que su piel se curtiera y tomara el tono de cualquiera de los habitantes del lugar, y sobre todo, evitaba el contacto de Sara con los lugareños.
Sara creció confinada entre los muros de su hogar, sin apenas tener contacto más que con su abuelo y con los animales, pero feliz, porque tampoco añoraba lo que no conocía. En la pequeña huerta de la casa cultivaban todo tipo de hortalizas y verduras, y en el corral gallinas, conejos, cabras y un par de cerdos aseguraban la alimentación de la pequeña familia y descartaban el aburrimiento.
En la adolescencia la belleza de Sara llegó a su máximo esplendor, su piel brillaba con una luz especial, sus mejillas y su boca se volvieron más sonrosadas, sus formas se volvieron curvas, y su pelo centelleaba al sol como las llamas de las hogueras la noche de San Juan. Y su voz, su maravillosa y cálida voz aún la hacía más atractiva.
Todo ello no hacía si no añadir más preocupaciones al abuelo, que cada vez veía más mermadas sus fuerzas. Cuanto más intentaba mantener oculta a la muchacha, más difícil se le hacía, y pronto por todo el pueblo comenzaron a surgir rumores.
Las habladurías comenzaron a recorrer la comarca de boca en boca. Hubo quien habló de un extraño ser cuya visión era tan horrible que era mejor mantenerla escondida; otras voces hablaban de una maldición que la madre había echado a su hija antes de morir y que la había convertido en un monstruo; e incluso había quienes decían que el viejo la mantenía recluida porque era tan bella que no deseaba compartirla con nadie. Como quiera que fuese, todos aquellos chismes no hicieron sino excitar aún más la imaginación y la curiosidad de los vecinos, que inventaban mil tretas para tratar de ver que escondía el anciano en su casa.
Sara se mantenía ajena a todo aquello hasta que una noche el abuelo comenzó a sentir unos fuertes pinchazos en su brazo. Sabiendo que la muerte le estaba rondando, hablo con su nieta de las señales que el demonio le había dejado como herencia, de las supersticiones del pueblo, del castigo a aquellos que como ella estaban marcados y del tremendo amor que le tenía. Le contó todos sus temores y le aconsejó lo que debería hacer si él fallecía.
Dos días después el pueblo se despertó a media noche por los aullidos que todos los perros coreaban al unísono y comprobaron que en la casa del viejo se había desatado un incendio. Nada pudieron hacer por el anciano, cuando llegaron ya había muerto. Sofocaron como pudieron el fuego y buscaron entre los restos de la casa, pero no hallaron a nadie más, incluso los animales habían desaparecido.
Con el revuelo del incendio nadie se fijó en la carreta que cargada con los animales y unos pocos enseres había salido del pueblo y se adentraba en el bosque.
De madrugada Sara halló la cabaña que años antes su abuelo le había preparado en un claro del bosque, junto a un arroyo. Allí podía comenzar una nueva vida alejada de los rumores y las supercherías del pueblo.
Cultivaba la tierra, cuidaba de los animales, cantaba a pleno pulmón y vivía más o menos feliz en su cabaña.
Una tarde fue sobresaltada por un hombre que escapando de la justicia había resultado herido. Sara le cuidó durante varios días y sanó sus heridas con los mismos remedios que su abuelo le había enseñado a aplicar a los animales. Cuando el hombre se recuperó le contó su historia y la de los otros moradores del bosque, desheredados, inadaptados,bandidos, huídos de la justicia, o simplemente pobres.
Una mañana Sara encontró junto al río a una muchacha semiinconsciente, cubierta de sangre y harapos. Sara la trasladó a su cabaña, donde le lavó, curó sus golpes y heridas, preparó ungüentos y calmantes y la cuidó hasta que la muchacha pudo contarle su relato. Se llamaba Áurea y era bruja y sanadora, como lo habían sido todos sus antepasados; preparaba ungüentos y brebajes, pócimas y venenos, drogas y remedios, sanaba huesos y cuerpos y leía el futuro en las vísceras de los animales y en las líneas de la mano, e incluso se aventuraba a interpretar sueños y a realizar predicciones astrológicas. Siendo niña su madre y ella entraron al servicio del cacique de su comarca, al que durante años guiaron y protegieron, siendo ampliamente recompensadas. Pero la enfermedad entró en la casa del conde y los remedios de las brujas no fueron suficientes para desterrarla, y las predicciones tampoco fueron halagüeñas. Por todo ello fueron acusadas, torturadas y condenadas. La madre de Áurea había muerto en la celda, y ella había escapado cuando la trasladaban con otras mujeres acusadas de brujería.
Áurea se recuperó y se quedó a vivir con Sara en la cabaña.
De cuando en cuando aparecía por la cabaña algún hombre herido, algún enfermo, o alguien que requería los cuidados y atenciones de cualquiera de las dos mujeres.
Una noche de luna llena Sara estaba bañándose en el río cuando vio aparecer a un joven con el pelo y la barba del mismo color que su melena. Se sintieron mutuamente atraídos e hicieron el amor hasta la salida del sol. Con el alba aquel joven desapareció sin haberle dicho a Sara ni siquiera su nombre, pero dejando en ella su simiente.
Una fría noche de invierno Sara dio a luz una criatura con la ayuda de Áurea, una niña de luna llena a la que decidieron llamar Selena.
Por la comarca se extendió el rumor de que en el bosque vivía una mujer con el pelo naranja y capaz de detener a cualquier hombre con la fuerza de su mano izquierda, una bruja que tenía tratos con el demonio, y que curaba a los bandidos y a los perseguidos a cambio de sus almas impuras. Por su captura se ofrecía una importante recompensa.
La mañana en que fue capturada Sara se encontraba sola en el bosque recogiendo hierbas. Hicieron falta tres hombres para reducirla. Fue acusada de brujería y tratos con el diablo, y como castigo la condenaron a la muerte en la hoguera, pero antes raparon su anaranjada cabellera y cortaron su mano izquierda, trofeos que quedaron expuestos en la plaza mayor para recordar el triunfo del pueblo sobre el maligno.
Pese a todo, por la toda la región siguió hablándose hasta nuestros días de mujeres de cabello de color del fuego que curaban con la ayuda del señor de las tinieblas y que podían ver el futuro.
A veces, paseando por el bosque hay quien ha logrado ver una joven con una melena anaranjada flotando, corriendo entre los árboles.
Dicen que las noches de luna llena de la primavera se reúnen en un claro del bosque junto al río un grupo de mujeres que bailan desnudas a la luz de la luna en busca de un hombre al que seducir...

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