Pensamientos, reflexiones, ideas,viajes, noticias, fotografías y pequeños relatos de la bulliciosa cabeza de Isabel Esperanza.
UN LUGAR PARA SOÑAR
viernes, diciembre 29, 2006
Pequeño resumen del 2006
viernes, diciembre 22, 2006
Pequeños placeres
Desde que he recuperado el interés por volver a disfrutar gozo con pequeñas cosas que provocan satisfacción a mis sentidos, pequeños placeres a los que me entrego y que recomiendo a todos aquellos que quieran disfrutar del deleite.
Voy a aprovechar mi blog para hablaros de algunos de esos placeres que espero que también adoptéis y os produzcan el mismo grado de satisfacción que a mí.
Hoy sólo voy a destacar 5, uno para cada sentido.
La vista.
Si te rodeas de cosas bonitas, agradables a la vista, todo parece más bonito. Por eso siempre voy con mi cámara en el bolsillo, para poder captar y retener cualquier imagen que me parezca bella, para poder fotografiar todo aquello que me excita. Siempre hay un momento para disfrutar contemplando una puesta de sol, un cielo tintado de rojo, una luna llena brillante, un reflejo en un charco, una mirada, una sonrisa, un jardín, una playa, un edificio interesante... y a través de las fotografías siempre hay tiempo para recordarlo evocando las sensaciones de aquel momento.
Por cierto, invito a dedicar alguna tarde a pasear por el centro de la ciudad mirando hacia arriba: se descubren balcones modernistas, cariátides voluptuosas, celosías y ventanas de inspiración mudéjar o decoraciones insólitas donde uno menos se lo espera.
El olfato.
¿Hay algo más evocador que un aroma?, ¿existe algo más excitante que un olor?
Una amiga me dio un truco: hacer que mi aseo diario se convirtiera en una experiencia aromática simplemente utilizando barritas de incienso durante la ducha. Yo os doy otro truco más, también para la ducha o el baño: llena tu cuarto de baño de velas aromáticas, enciéndelas, apaga las luces y dúchate sólo con la luz de las velas y envuelto por su aroma... experimenta redescubriendo tu cuerpo.
El tacto.
Los masajes no son sólo un capricho, son una necesidad. Ten siempre a mano un frasco de aceite para masajes y compártelo con tu pareja. Haz que te dé suaves masajes en cualquier zona de tu cuerpo, sólo con las yemas de los dedos, con toda la mano, con la lengua, con una pluma... con lo que os pida la imaginación. ¡Ah!, debe ser recíproco, pues también dando masajes se obtiene gran placer.
Y por supuesto, al menos una vez al mes, es recomendable recibir un masaje de manos de un profesional. Es menos sensual, pero merece la pena.
El oído.
El silencio no existe, no te engañes, y las ciudades son cada vez más ruidosas. Contra esto nada puedes hacer, así que yo te recomiendo que desempolves aquellos viejos discos que tanto te gustaba escuchar, aquellos que te traen recuerdos de una época pasada, de un viejo amor, de momentos divertidos. Busca un sofá cómodo, una buena postura, apaga la luz y disfruta por unos momentos de esa música. Y si el cuerpo te pide bailar, no lo reprimas, nadie te está mirando.
*(Recuerda que puedes disponer de esos viejos discos a través de Internet en formato mp3...)
El gusto.
Para disfrutar con el gusto tienes que olvidarte del sentimiento de culpa y del pecado de la gula, sólo de esa manera podrás gozar. En cualquier caso recuerda que cualquier alimento se disfruta antes con los otros cuatro sentidos, y que en nuestra boca el paladar y sobre todo la lengua están llenas de terminaciones nerviosas conectadas directamente con el centro de placer de nuestro cerebro.
Prueba con tu postre favorito: toma una cucharada, acércatela a los labios y prueba sólo una pizca con la punta de la lengua. Recorre tus labios con la lengua. Ahora estás preparado para llevarte la cucharada completa a la boca. Déjala que se deshaga en tu lengua, cierra los ojos y déjate llevar por las sensaciones que ese dulce bocado provoca entre tu lengua y tu paladar. Saborea, descubre los componentes, la textura...No hay prisa, y si tienes que masticar recerca que no hay prisa.
Si te ha gustado con un dulce prueba a hacerlo también con tu plato de comida favorito.
Si te atreves a más, no utilices como soporte un plato, prueba a comer sobre el cuerpo de tu pareja sin cubiertos, y a ser posible, sin manos.
La próxima vez, os descubriré más pequeños placeres, aunque no hay nada que satisfaga más que quererse uno mismo, mimarse y complacerse
jueves, diciembre 14, 2006
Gracias por el apoyo.
miércoles, diciembre 13, 2006
El primer beso
Fue durante unas vacaciones de Semana Santa, en el pueblo. Esa noche el chico que me gustaba y yo nos perdimos del resto de la pandilla, y paseando por las calles más solitarias llegamos hasta la ermita. Recuerdo que hacía muchísimo frío, y para resguardarnos del gélido viento nos refugiamos al abrigo de un contrafuerte; con la excusa del frío cada vez nos acercábamos más el uno al otro, y de pronto, su boca se acercó a la mía y me besó. ¡Qué chasco! No escuché violines, ni trompetas, ni el suelo tembló bajo mis pies, ni nada de nada, y lo peor, él se dio cuenta de que no sabía besar; por suerte me dio unas ligeras explicaciones y repetimos la jugada. Tengo que decir que aunque mejoré un poco, mi segundo beso no fue nada del otro mundo. Pero el chico estaba por la labor, y repetimos una tercera vez... y entonces sí, entonces noté como una ola de calor subía hacia mis mejillas, como el vello de mi cuerpo se erizaba y como durante unos segundos una pequeña sacudida eléctrica recorría mi cuerpo haciéndome conocer una sensación de placer hasta ese momento desconocida. Mi boca ansiaba su boca, su lengua, su contacto, y era recíproco.
No sé cuánto tiempo estuvimos besándonos, porque los dos perdimos la noción del tiempo, sólo sé que de vuelta a casa iba flotando, como en una nube, que ya no sentía el frío, y que no podía quitarme una sonrisa de felicidad de la cara.
Esa noche dormí como una bendita, soñando con los dulces besos del chico de los ojos verdes.
A la mañana siguiente una ola de vergüenza me invadió: no podía dejar de pensar que todo el mundo me miraba, especialmente mi madre, y que adivinaban lo que había pasado, que algún cambio físico se había producido en mí, porque yo me sentía diferente, para mí aquel beso significó el paso definitivo de la niñez a la adolescencia.
Durante aquella Semana Santa hubo más besos, besos con olor a hierba y sabor a pan, pero los otros no los recuerdo, como tampoco recuerdo los de las vacaciones siguientes, ni la mayoría de los que vendrían después.
Sin embargo, hubo otros primeros besos que también fueron especiales y cuyo recuerdo sigue emocionándome.
Con especial cariño recuerdo un beso casi robado que le di a un chico en las escaleras. El chico me gustaba a rabiar, pero él no se decidía y yo tampoco. Se estaba haciendo tarde, me tenía que marchar a casa, y decidí lanzarme de cabeza a la piscina. Si salía mal iba a hacer el ridículo más espantoso, pero con no volvernos a ver, todo solucionado; pero, si salía bien...y salió bien. Escuché violines, orquesta, coros, fuegos artificiales y no sé cuantas cosas más, y por lo visto, él también. Aquel beso “robado”, pero compartido en las escaleras significó el comienzo de una bonita relación, en la que hubo muchos más besos, largos, dulces,cálidos, húmedos y sensuales.
Después besé a muchas ranas y sapos, lo confieso, hasta que encontré a un príncipe. También en esta ocasión tuve yo que lanzarme a besarle, porque el chico no se arrancaba. Tiempo después me confesó que aquel primer beso que le di no le gustó excesivamente, pero dio igual, porque ya estaba enamorado. Pero esa es otra historia que nada tiene que ver con los primeros besos.
miércoles, noviembre 29, 2006
Una de argentino
A medida que las estaciones avanzaban lo hacía también la oratoria del argentino, que además, entusiasmado con su perorata, iba subiendo cada vez más el volumen de su voz para que todo el vagón fuera partícipe de su disertación, y exageraba un poco más aquel acento porteño.
En cierto momento comenzó a hablar de sus viajes por el mundo, dando la ligera impresión de que se estaba tirando algún farol que otro, hasta que llegó a Australia; yo intentaba concentrarme en cualquier otra cosa, pero era imposible, su charla lo dominaba todo, y entonces dijo algo que a su compañera y a mí nos llamó la atención:
_ (Con acento argentino y léase tal cual está escrito) “...Y desde allá marchamos a Melbournn ...”
Su compañera dio un pequeño respingo en el asiento y le dijo:
_ “ Querrás decir Melburne”
(Nuevamente con acento argentino y tal como está escrito):
_ “ No seás boluda, todos los españoles tenés el mismo problema, no tenés cultura idiomática, todo lo pronunciás como lo leéis, decís Miami por Mayami, y Melburne por Melbournn...”
Y se quedó tan a gusto. Siguió con su soliloquio dos o tres estaciones más sin que su compañera se atreviese a contradecirle lo más mínimo, y dando patadas al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española a la mínima ocasión, pero ya se sabe, ¿ quién se atreve a desafiar dialécticamente a un argentino?
Noche de infieles
Hay una noche de infieles por excelencia, la de la cena de Navidad.
La nuestra prometía, un grupo de ocho mujeres solas, ataviadas con sus mejores galas, con una capa extra de maquillaje y muchas ganas de juerga.
Empezamos tomando un vinito en una antigua bodega del centro mientras esperábamos al resto de las compañeras, sólo para entonarnos. De ahí pasamos al restaurante; de la cena sólo puedo decir que fue escandalosa: escandalosamente cara teniendo en cuenta la nula variedad, la poca cantidad y la escasa calidad, y escandalosamente ruidosa ya que en el mismo salón nos juntamos con la cena de otras cinco empresas: una mensajería, una cadena de electrodomésticos, una empresa de informática, un laboratorio farmacéutico y la delegación comercial de una multinacional, los más alborotadores, tanto que ya en la cena tuvimos nuestra primera baja, una de nuestras chicas se pasó a las filas de los comerciales y desapareció entre carantoñas.
Lo mejor de la cena, sin duda, la sobremesa, a base de cánticos, chupitos de licor, chistes y comentarios subiditos de tono. Nadie se dio cuenta, pero yo me agencié la frasca de licor de manzana sin alcohol y me la bebí prácticamente entera, mientras ellas daban cumplida cuenta de un aguardiente infame y otros licores de procedencia desconocida.
Con el estomago lleno, la compañía añadida de algunos adosados de las otras mesas y haciendo eses nos dirigimos a una de las discotecas más famosas y de moda de la capital. ¡Qué lujo!, ¡qué escalera!, ¡menuda tapicería y vaya lámparas! Lástima de palacete histórico reconvertido en templo de la modernidad, pero ya se sabe, renovarse o morir. Por cierto, las ansias de mi compañera Estrella no se vieron recompensadas aquella noche, no había ningún famoso en el local, o al menos, ella no lo encontró.
Recorrimos un montón de salas pasando del trance al progresive, del hip hop al house, de la electrónica al chill aut, de la tropical al hardcore... me debo estar haciendo muy vieja, porque casi todo me parecía el mismo rollo repetitivo y aburrido. Como es lógico terminamos en una sala de pop rock español, abarrotada y repleta de gente como nosotras, que bailaba y coreaba todas y cada una de las canciones.
Como es preceptivo en la discoteca nos tomamos otro pelotazo, que ya nos lo habían cobrado con creces con la entrada, y sufrimos otras dos bajas: a Soraya le dio el ataque de nostalgia y culpabilidad por haberse dejado a su novio en casa y se marchó sin terminarse su copa, y Eva, por no ser menos, decidió acompañarla. Las jóvenes iban abandonándonos dejándonos solas ante el peligro.
No sé muy bien cuantas copas llevaba encima Maite cuando empezó su particular espectáculo: subida sobre una plataforma, descalza, bailando como si quisiera desencajarse y lanzando besos a diestro y siniestro; conseguimos bajarla cuando ya había comenzado el estripteasse. ¡Menuda cogorza! De ahí pasó a la fase de los insultos contra todos los hombres, y luego a la llorera. La metimos en un taxi en dirección a su casa y no supimos nada de ella hasta tres días más tarde.
Por cierto, por el camino perdimos a Estrella, que, como no encontró a ningún famoso, se enrolló con un chico que se parecía bastante a Enrique San Francisco, que según ella le da morbo... no sé que pensará de eso su pareja, que se parece más bien a Bud Espencer.
Ya sólo quedábamos tres, y seguíamos con ganas de diversión; Eva sugirió un local que conocía, y allí que nos dirigimos.
El Jopplin era un local que había estado de moda veinte o veinticinco años atrás y en el que nada había cambiado con el tiempo, ni si quiera la clientela. Tenía dos plantas: en la inferior la barra de madera forrada con un acolchado skay verde con los taburetes a juego lo ocupaba casi todo, dejando sitio al fondo para un par de butacones en torno a unas mesitas en penumbra; subiendo por las mullidas escaleras llegabas a una sala más amplia en la que destacaba en el centro una pista de baile, con su indispensable lámpara-bola de cristal, y a su alrededor se repartían, estratégicamente iluminadas, las consabidas butaquitas con sus mesitas... todo muy kistch.
La música era buena, se podía bailar, se podía charlar cómodamente y además preparaban unos cócteles deliciosos. Al principio estuvo bien, pero llegó un momento en que el cansancio se apoderó de mis pies y de mis párpados, y empezó mi lucha a brazo partido contra los ataques de bostezo. En aquel momento Eva nos estaba hablando por enésima vez de su maravilloso marido, de la relación de confianza que mantenían, que entre ellos no había secretos, ni celos, y bla blabla bla bla...
No podía más. Tenía que ir al servicio, orinar el cóctel y despejarme un poco antes de despedirme.
Los servicios estaban en el lugar más extraño, en la planta baja, entre la barra y la puerta de entrada. Para poder acceder a ellos tuve que incordiar a una pareja que se estaba haciendo un intensivo reconocimiento buco dental con la lengua, y, entonces, reconocí a aquel besucón: era el marido de Eva, que se mostró presto a darme todo tipo de explicaciones sin quitar la mano de entre las piernas de la rubia de bote con la que se estaba dando el lote.
En cuclillas sobre la taza del inodoro decidí sobre mis posibilidades: podía no decir nada, que Eva descubriera a su marido y se le cayera de una vez el mito y de paso la soberbia, o ser una buena amiga, subir como si no hubiera pasado nada y entretenerla un rato hasta que el susodicho fuera capaz de huir de la escena del crimen.
Opté por la segunda opción. Me dirigí a Vicente y le di cinco minutos para que apurase la copa, se despidiese de la peliteñida y se fuera a casa a esperar a que su mujercita llegase al dulce hogar; siempre recordaré la cara de Vicente.
Cuando subí Eva seguía hablando de las bondades de su marido. Tuve que disimular un poco, y convencerles para bailar la canción que estaba sonando, y aún dos más, para asegurarme de que Vicente cumplía correctamente su cometido.
Era ya muy tarde cuando nos despedimos; recostada sobre el asiento del taxi que me llevaba a casa no podía parar de pensar en mi cama, y en el hombre que me estaría esperando en ella manteniéndomela caliente, y de pronto me entró una pequeña dosis de culpabilidad... ¡con lo bien que hubiéramos estado los dos juntitos esa noche, y lo que me dolían los pies!
lunes, noviembre 27, 2006
Jóvenes cuarentones
Algo tiene la juventud que nos gusta tanto y que nos da miedo abandonar, y es que dejar de ser joven y convertirte en adulto significa aceptar que se ha llegado a un desarrollo pleno, que ya no hay marcha atrás.
Yo me sigo sintiendo como una jovencita, aunque en proceso de maduración, pero ¿hasta qué edad se es joven?, ¿cuándo dejamos de ser jóvenes y pasamos a convertirnos en adultos?, ¿quién decide que yo ya no soy joven?
Para el Consejo de la Juventud de España yo ya hace mucho tiempo que dejé atrás la juventud, pues los socios de este organismo no pueden tener más de 30 años. Claro, que peor es si hacemos caso a la ONU que considera que se deja de ser joven después de cumplir los 25.
El Ayuntamiento de Madrid cada vez amplia más el plazo, por más que a mí nunca me pilla, y actualmente cifra la edad límite de la juventud en los 35 años: hasta esa edad se pueden pedir subvenciones para adquirir viviendas, se puede entrar en los planes de jóvenes creadores o diseñadores, se puede optar a premios y becas... pero una vez cumplidos los 35 es usted un adulto que debe tener resueltos sus asuntos familiares, laborales, educación y vivienda y que no debe necesitar la tutela o ayuda de ningún organismo.
Yo creo que definir la juventud con el único criterio de la edad es insuficiente; por supuesto habrá muchos que antes de los 30 años hayan llegado a una madurez total y consideren que la juventud es una época terminada, pero conozco a muchos para los que cumplir 40 años no significa dejar de ser jóvenes.
Es curioso, pero tu profesión muchas veces puede determinar más que tu edad tu juventud. Si eres deportista, a partir de los 35 años tu carrera está a punto de finalizar, y pasarás a ser veterano, pero si hablamos de directores de cine, escritores o políticos, ser cuarentón es ser todavía joven, basten los ejemplos de Fernando León de Aranoa, Lucía Extebarría o Maria de La Pau Gener. Y, no digamos nada si eres empresario, notario o catedrático, puestos que parecen estar pensados sólo para adultos canosos muy responsables y con una edad cercana a la jubilación.
En cuanto al aspecto físico, tampoco es un criterio válido, Isabel Preysler tiene mejor piel y mejor figura que sus hijas, y es que ya sabemos que hoy en día la cirugía, el bótox y el photoshop pueden rejuvenecernos como nunca habríamos soñado.
¿Familia y estabilidad como medida? Es cierto que cuando formas una familia adquieres nuevas responsabilidades y maduras de golpe, aunque no en todos los casos. Además, según esta idea, todos aquellos que no han formado su propia familia, o que no piensan formarla, seguirán siendo jóvenes de por vida; y todos aquellos que fueron padres a una edad temprana podrían recuperar su juventud una vez que sus hijos creciesen.
Sinceramente, la juventud no es cosa de la edad, no consiste en tener pocos años. Ser joven es conservar vivas las ilusiones, seguir anhelando y deseando, tener apetito por conocer cosas nuevas, por aprender algo más, es seguir teniendo miedo a lo desconocido, ilusión por lo que haya de llegar, tener sueños por cumplir, metas lejanas que alcanzar.
Mientras tengamos despierta nuestra capacidad para soñar nos mantendremos jóvenes, aunque tengamos que teñirnos las canas, correr menos metros en menos tiempo y sentarnos a descansar después de una juerga.Y para todos los jóvenes cuarentones amantes de las citas, os regalo esta de Víctor Hugo: “Los 40 son la edad madura de la juventud; los 50, la juventud de la edad madura.”
miércoles, noviembre 15, 2006
Publicidad en televisión
La Unión Europea aprueba la liberalización de la emisión de la publicidad en televisión y un incremento de la misma; a partir de ahora únicamente se establece un máximo de 12 minutos de publicidad por hora, eliminándose la limitación de tres horas diarias . Además, el acuerdo al que se ha llegado permitirá a cada televisión elegir el momento más apropiado para insertar anuncios, pudiendo realizar cortes publicitarios en programas de menor duración, en informativos y telefilmes.
Con los nuevos acuerdos podríamos pasar de emitir un máximo de tres horas de publicidad a algo más de cuatro horas diarías, sin contar, claro, espacios autopromocionales y programas de televenta
Esta es la teoría, pero, ¿qué va a ocurrir en realidad? Si en España, tanto la televisión pública como la privada, no han respetado hasta ahora la legislación vigente, sobrepasando ampliamente los tiempos mínimos aprobados e inventándose fórmulas para prolongar los espacios publicitarios, ¿qué va a suceder ahora que se liberaliza?
En nuestro país se hace muy difícil intentar ver una película en horario de máxima audiencia sin perder el hilo narrativo a costa de las interrupciones publicitarias; estamos acostumbrándonos a que los cortes se realicen incluso antes de que haya aparecido en escena el protagonista, o cuando apenas quedan unos minutos para el final del filme. Al paso que vamos, llegará un momento en que la programación éstará formada por anuncios publicitarios, programas de cotilleo y espacios de telerealidad zafios y barriobajeros salpicados con interrupciones de alguna película emitida hasta la saturación, o la reposición de alguna serie.
Eso sí, cada día tendremos más canales y mejor calidad de imagen para ver mejores anuncios, aunque las mejores ideas y los spots publicitarios más impactantes sólo podremos verlos en la red.
lunes, noviembre 06, 2006
Escapadas de fin de semana: Trujillo y Guadalupe
Ahora que el buen tiempo nos ha abandonado y que el otoño se ha instalado definitivamente entre nosotros es tiempo de pensar en pequeñas excursiones, escapadas de fin de semana. Desde aquí quiero recomendar algunas de las ciudades y pueblos más bonitos del interior de nuestro país, que por su historia, sus monumentos, sus paisajes y su gastronomía, bien vale la pena hacer un viaje.
Propongo comenzar con dos municipios del norte de Cáceres cargados de historia: Trujillo y Guadalupe.
Trujillo
Trujillo es conocida sobre todo por ser la cuna de grandes conquistadores de tierras americanas, entre los que destacan Francisco Pizarro y sus hermanos Juan, Gonzalo y Hernando, tal vez los trujillanos más conocidos. Pero esta villa guarda otros muchos encantos que merece la pena descubrir.
La enorme Plaza Mayor es uno de los lugares más representativos de la localidad. Entorno a esta irregular plaza se localizan algunos de los edificios más notables y más bellos, como el Palacio de los Orellana-Toledo, el de los duques de San Carlos o el de los Orellana-Pizarro, todos ellos con sus escudos esquinados. Destaca en la plaza también la iglesia de San Martín, la estatua de bronce de Francisco Pizarro y los arcos de los soportales de todas las casas, tanto las más nobles como las del pueblo llano; en uno de estos soportales se encuentra la oficina de información y turismo. La plaza se cierra al tráfico los fines de semana para que todo el mundo pueda disfrutar de este bello rincón.
Desde la plaza se puede comenzar el recorrido por la antigua ciudadela, cuyas calles empinadas, palacios, plazuelas, almenas, arcos y callejones nos trasladarán a otra época.
Podemos entrar a la antigua ciudadela amurallada por la puerta de Santiago, dejando a su izquierda el impresionante edificio de el alcázar de Luis Chávez el viejo. La iglesia de Santiago merece una visita; hoy en día su interior se ha convertido en un museo en el que podemos comprender un poco mejor la historia de Trujillo y su importancia en Extremadura, y donde además podemos contemplar la sacristía y la antigua casa del sacristán, y subir al campanario desde donde podremos obtener unas magníficas vistas del castillo y de la Plaza Mayor.
Si continuamos el recorrido hacia el castillo nos encontraremos con la iglesia de Santa María la Mayor, en cuyos alrededores se encuentran los edificios más notables y más característicos de la villa. De esta iglesia destacan sobre todo sus dos torres, la del campanario y la torre Julia, una torre románica visible casi desde cualquier punto de la ciudad.
Muy cerca de Santa María, en nuestra ascensión hacia el castillo, nos encontramos con la casa-museo de Pizarro, una reconstrucción en la planta baja de lo que debía ser la vivienda de un caballero de la época y en la planta superior un museo dedicado a la vida y descubrimientos de Pizarro.
Llegamos por fin ante el castillo, de origen árabe y situado en la parte más alta de la ciudad. Traspasados sus anchos muros podremos contemplar el patio de armas, subir a cualquiera de sus torres y pasear por las murallas disfrutando de unas inigualables vistas de Trujillo y sus alrededores. En la antigua torre del homenaje, en la que se dice que estuvo encerrada Juana la Beltraneja, encontramos hoy una capilla dedicada a la Virgen de la Victoria, patrona de Trujillo, cuya imagen, desde la parte superior, vela por sus ciudadanos.
Desde el castillo podemos bajar ahora por la puerta de las Palomas, desde donde podemos admirar las murallas. Recorrer las calles de Naranjos, Cambrones, Alberca, Altamirano... nos permitirá admirar algunos de los edificios civiles más bellos y mejor conservados de Trujillo y empaparnos de todo el espíritu Trujillano.
La buena conservación de Trujillo se debe, en parte, a la caza y las grandes fortunas de nuestro país. Muy cerca de Trujillo se encuentran las Villuercas y el Parque Natural de Monfragüe, con espaciosos cotos de caza mayor en los que abundan los venados, jabalíes y otras piezas que atraen a cazadores de todo el mundo; de hecho, en el mes de Octubre no es extraña la presencia por estos lares de Ernesto de Hannover y Carolina de Mónaco, de Collin Powell, o de algunos exministros del P.P.
Los anchos muros de las antiguas mansiones solariegas y palacios trujillanos son hoy en día las herméticas segundas residencias de muchos prohombres de las finanzas, la política y la cultura española, en las que las reuniones sociales tras una jornada cinegética son habituales.
Casi todo el mundo cuando visita Trujillo suele comer en los alrededores de la Plaza Mayor, yo recomiendo un pequeño restaurante en el casco antiguo, en la calle Cambrones, Restaurante la Alberca, cuyas especialidades de carne de caza a la brasa no se pueden dejar pasar, así como su mousse de queso. Además, si el dueño está de buen humor, por el mismo precio puedes escuchar historias interesantísimas sobre la ciudad y sus habitantes.
La oferta hotelera de Trujillo y sus alrededores es amplia. Si buscas paz, comodidad y un edificio histórico, puedes inclinarte por el Parador, un establecimiento de 4 estrellas emplazado en un antiguo convento; cargado de historia y totalmente céntrico está el NH Palacio de Santa Marta, en la calle Ballesteros, dando a la Plaza Mayor; si prefieres un lugar más tranquilo, en el entro del casco viejo, la Posada dos Orillas http://www.dos,un establecimiento de 4 estrellas con mucho encanto.
Si quieres algo más económico también lo hay, en cualquier caso te recomiendo que visites su página web www.trujillo.es donde podrás informarte más ampliamente.
Guadalupe
Desde Trujillo te propongo viajar a Guadalupe contemplando el maravilloso paisaje de las Villuercas, que en otoño muestra una amplia gama de colores, desde los ocres a los rojos pasando por los verdes más intensos.
Y en medio de esta explosión cromática aparece el monumental Monasterio de Guadalupe, rodeado de montes y flanqueado por pequeñas viviendas que conforman la Puebla de Guadalupe
Una recomendación especial: procura ir a Guadalupe cualquier día de la semana excepto los domingos. Los domingos el municipio se llena de autobuses y particulares de todos los rincones, y pasear por Guadalupe se hace complicado; si puedes evitar el domingo, mejor, y, sino, procura realizar la visita al monasterio a primera hora de la tarde.
Antes de entrar en el Monasterio recorre sus calles estrechas y empinadas, contempla sus casas, con soportales y cuyos muros, como en la judería de Hervás, se cubren con tejas; si no fuera por los coches, pensarías que has viajado al pasado.
También merece la pena una visita al Parador, frente al Monasterio, en el que destaca su patio de los naranjos. Por supuesto, si decides hacer noche en Guadalupe, alojarte en el Parador es una magnifica opción.
Pero el motivo principal de la visita es el Monasterio de Guadalupe. Frente a tí se yergue majestuoso un convento con reminiscencias de fortaleza en cuya portada se mezclan todos los estilos. La torre en la que se halla el reloj recuerda a la torre de la plaza de la Signoria de Florencia, con sus almenas, sus pequeñas ventanas y su matacán. Y, junto a estas sobrias torres se abren las puertas góticas de la basílica, con sus arcos y sus pináculos, invitándote a entrar en una iglesia en la que conviven elementos góticos con otros barrocos, destacando tras la reja un elevado retablo dorado en cuya parte superior se exhibe la virgen negra, la Virgen de Guadalupe.
A la izquierda de la iglesia se accede al monasterio y sus museos. Las visitas son guiadas y conformadas por grupos de 20 personas.
Una vez que se accede al recinto del monasterio y entremos en el claustro mudéjar, el bullicio queda atrás. En este claustro se respira paz, equilibrio, armonía y belleza. En el centro del claustro destaca un templete mudéjar, cuyo única función es ornamental, que llama la atención por su belleza y la delicadeza de sus formas. Las paredes del claustro están cubiertas con cuadros que relatan la historia del vaquero que halló a la virgen y los milagros que esta obró. Alrededor del claustro se abren diferentes salas que hoy en día están abiertas al público como museos: el museo de bordados, en el antiguo refectorio, el museo de pinturas y esculturas antiguas, destacando un gran crucifijo realizado con una única pieza de marfil, y el museo de libros miniados.
Desde el claustro se accede a la sacristía, una de las joyas de este edificio. En sus paredes cuelgan numerosos cuadros de gran tamaño de Zurbarán que jamás han abandonado estos muros, obras sobre la vida de San Jerónimo. Las paredes y las bóvedas de la sacristía están además completamente pintadas con dibujos de flores lo que hace el conjunto aún más espectacular. Al fondo de la sacristía se encuentra la capilla de San Jerónimo, adornada también con cuadros de Zurbarán, y con el gran fanal de Lepanto, en el que pueden verse incluso los agujeros de las balas.
La visita de esta sacristía no deja indiferente a nadie.
El recorrido continúa visitando el Tesoro de Guadalupe, donde pueden verse todo tipo de joyas, coronas, espejos venecianos y relicarios con los restos de mártires y santos.
Continuamos la ascensión y llegamos al Camarín de la Virgen, una sala barroca que llega a marear por su profusa decoración, desde la que se accede a la parte posterior del retablo de la iglesia y desde donde puede contemplarse la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.
También merece la pena visitar el coro y fijarse en la sillería y en su órgano.
Y, una vez terminada la visita, hay que reponer fuerzas. En los alrededores del monasterio hay numerosos restaurantes, pero muy poca variedad; además, unos y otros intentarán convenceros de que comáis en sus establecimientos. Como digo, los menús son muy similares y los precios también, así que lo dejo a libre elección.
Si aún os queda tiempo, acercaros a contemplar la naturaleza, los paisajes que rodean a Guadalupe merecen la pena, pero procurad que la noche no se os eche encima, porque la comarca de las Villuercas no destaca por su densidad de población precisamente.
domingo, octubre 29, 2006
La máquina del tiempo
Me encantaría poder volver a tener toda aquella energía, tanta fuerza, tantas ganas. Ojala pudiera volver atrás para poder vivir nuevamente todos esos momentos.
Los buenos momentos fueron los que pasaron más rápidamente, se escaparon entre los dedos como el agua cuando intentas abarcarla con las manos: eres incapaz de retenerla por más que lo intentas, y finalmente en las manos sólo te queda la humedad, como un recuerdo de lo que fue.
Siempre he tenido un fantasía: poder manejar el tiempo, poder dar marcha atrás para revivir aquellos momentos que merecieron la pena y evitar aquellas experiencias que no fueron tan agradables o que terminaron en errores que más tarde he tenido que lamentar. Sería maravilloso poder contar con una segunda oportunidad, volver a retomar tu vida en el momento por ti elegido, disfrutar de nuevo de todo aquello que hoy recuerdas con felicidad y evitar aquellas decisiones que hoy sabes que fueron erróneas.
Por desgracia la máquina del tiempo no existe, nadie puede volver a su pasado para enfrentarse de nuevo a las alternativas que dejó escapar, no hay una segunda oportunidad para la vida.
Atrasamos o adelantamos los relojes según nuestra conveniencia, pero no nos damos cuenta de que realmente nosotros no dominamos el tiempo, sólo podemos contarlo, pero el tiempo pasa, y como dice Bebé, corre en patines cuesta abajo y no tiene freno.
Las máquinas del tiempo, hoy por hoy, sólo existen en la imaginación, y tal vez sea así mejor. Será mejor intentar disfrutar el momento e intentar aprender algo de lo vivido en el pasado.
jueves, octubre 26, 2006
Obras en casa. Problemas de comunicación
viernes, octubre 20, 2006
Cuentos de colores. La joven del pelo naranja
Fue bautizada entre las ruinas de la iglesia con el nombre de Sara; aquella vez todo el pueblo la oyó llorar. Muchos se acercaron a verla con curiosidad, pero nadie fue capaz de encontrarle un parecido, aunque todos coincidían en alabar la belleza de aquella criatura de piel blanquísima.
El abuelo no encontró un ama de cría disponible para aquella niña y se vio obligado a alimentarla con la leche de una de las cabras de su rebaño, pero, pese a todo Sara fue creciendo sana y fuerte, y sobre todo extrañamente bella.
Un día el abuelo observó que la pelusa que crecía en la redonda cabecita de la niña iba tomando un preocupante tono anaranjado. Aquello era desconcertante, ¿a quién demonios salía aquella niña? Desde aquel día el viejo se preocupó de cubrir la cabeza de la niña con gorros, pañuelos o cualquier trapo que encontraba por la casa.
Durante un tiempo el viejo se dedicó a escudriñar a todos los habitantes del pueblo, y más tarde a los de la comarca, intentando encontrar entre todos ellos algo que pudiera reconocer en las facciones de la niña, tarea en la que no obtuvo ni el más pequeño éxito.
Sara demostró ser un bebé especial desde el principio. Comenzó a gatear mucho antes que la mayoría de las criaturas, y antes de cumplir el año ya andaba perfectamente; también comenzó a hablar prematuramente y con sólo un año y medio tenía un vocabulario extenso que manejaba a la perfección. Muy pronto también desarrolló una fuerza que llamó la atención de su abuelo, y una capacidad especial para entenderse con los animales. Pero, lo que más preocupó al anciano fue descubrir que la pequeña manejaba con una soltura especial su mano izquierda, mientras que la habilidad con su mano derecha era escasa. Prácticamente ya no tenía ninguna duda, aquella niña tenía todos los signos, y no podía ser una simple coincidencia, Sara era hija del demonio.
El temor más grande que jamás hubiera experimentado se apoderó de aquel hombre. Quería demasiado a aquella chiquilla, pero sabía que debería de deshacerse de la niña antes de que ésta creciera y se convirtiera en una criatura diabólica. Le parecía imposible pensar que un ser tan adorable como Sara, con aquella sonrisa tan dulce y aquellos ojos grises tan alegres pudiera llegar a ser alguien peligroso, pero había aprendido que alguien así sólo podía ser la última descendiente del diablo y que estaba llamada a hacer cosas monstruosas.
Faltaba poco para celebrar el cuarto cumpleaños de la niña. Aquella noche, una vez que Sara se hubo acostado, el abuelo se tomó dos vasos del licor más fuerte que encontró en la casa para infundirse un poco de valor, y armado con el cuchillo de matanza bien afilado entró en la habitación y se dirigió al camastro donde dormía la niña. Las piernas le temblaban, pero estaba decidido; con una mano tapó la boca de la pequeña y mientras, con la otra, trató de cortarle el cuello, pero en el último momento se echó atrás.
Sara oyó llorar desconsoladamente a su abuelo toda la noche. No había tenido valor para hacerlo, no podía matar a una criatura, y mucho menos a su querida nieta; además, aunque fuera hija del mismo demonio, también lo era de su propia hija, una criatura buena y abnegada hasta el fin de sus días, así que ¿por qué no iba a ser Sara una buena niña?
Desde aquel momento la máxima preocupación del viejo fue que nadie en el pueblo descubriese las señales de Satanás en su nieta. Coloreaba el pelo de la niña con las más extrañas substancias, y seguía cubriendo su cabeza con cualquier clase de tocado; vendó su mano izquierda y se la inutilizó atándosela a la espalda para así obligarle a ejercitar la derecha; exponía a la niña al sol para que su piel se curtiera y tomara el tono de cualquiera de los habitantes del lugar, y sobre todo, evitaba el contacto de Sara con los lugareños.
Sara creció confinada entre los muros de su hogar, sin apenas tener contacto más que con su abuelo y con los animales, pero feliz, porque tampoco añoraba lo que no conocía. En la pequeña huerta de la casa cultivaban todo tipo de hortalizas y verduras, y en el corral gallinas, conejos, cabras y un par de cerdos aseguraban la alimentación de la pequeña familia y descartaban el aburrimiento.
En la adolescencia la belleza de Sara llegó a su máximo esplendor, su piel brillaba con una luz especial, sus mejillas y su boca se volvieron más sonrosadas, sus formas se volvieron curvas, y su pelo centelleaba al sol como las llamas de las hogueras la noche de San Juan. Y su voz, su maravillosa y cálida voz aún la hacía más atractiva.
Todo ello no hacía si no añadir más preocupaciones al abuelo, que cada vez veía más mermadas sus fuerzas. Cuanto más intentaba mantener oculta a la muchacha, más difícil se le hacía, y pronto por todo el pueblo comenzaron a surgir rumores.
Las habladurías comenzaron a recorrer la comarca de boca en boca. Hubo quien habló de un extraño ser cuya visión era tan horrible que era mejor mantenerla escondida; otras voces hablaban de una maldición que la madre había echado a su hija antes de morir y que la había convertido en un monstruo; e incluso había quienes decían que el viejo la mantenía recluida porque era tan bella que no deseaba compartirla con nadie. Como quiera que fuese, todos aquellos chismes no hicieron sino excitar aún más la imaginación y la curiosidad de los vecinos, que inventaban mil tretas para tratar de ver que escondía el anciano en su casa.
Sara se mantenía ajena a todo aquello hasta que una noche el abuelo comenzó a sentir unos fuertes pinchazos en su brazo. Sabiendo que la muerte le estaba rondando, hablo con su nieta de las señales que el demonio le había dejado como herencia, de las supersticiones del pueblo, del castigo a aquellos que como ella estaban marcados y del tremendo amor que le tenía. Le contó todos sus temores y le aconsejó lo que debería hacer si él fallecía.
Dos días después el pueblo se despertó a media noche por los aullidos que todos los perros coreaban al unísono y comprobaron que en la casa del viejo se había desatado un incendio. Nada pudieron hacer por el anciano, cuando llegaron ya había muerto. Sofocaron como pudieron el fuego y buscaron entre los restos de la casa, pero no hallaron a nadie más, incluso los animales habían desaparecido.
Con el revuelo del incendio nadie se fijó en la carreta que cargada con los animales y unos pocos enseres había salido del pueblo y se adentraba en el bosque.
De madrugada Sara halló la cabaña que años antes su abuelo le había preparado en un claro del bosque, junto a un arroyo. Allí podía comenzar una nueva vida alejada de los rumores y las supercherías del pueblo.
Cultivaba la tierra, cuidaba de los animales, cantaba a pleno pulmón y vivía más o menos feliz en su cabaña.
Una tarde fue sobresaltada por un hombre que escapando de la justicia había resultado herido. Sara le cuidó durante varios días y sanó sus heridas con los mismos remedios que su abuelo le había enseñado a aplicar a los animales. Cuando el hombre se recuperó le contó su historia y la de los otros moradores del bosque, desheredados, inadaptados,bandidos, huídos de la justicia, o simplemente pobres.
Una mañana Sara encontró junto al río a una muchacha semiinconsciente, cubierta de sangre y harapos. Sara la trasladó a su cabaña, donde le lavó, curó sus golpes y heridas, preparó ungüentos y calmantes y la cuidó hasta que la muchacha pudo contarle su relato. Se llamaba Áurea y era bruja y sanadora, como lo habían sido todos sus antepasados; preparaba ungüentos y brebajes, pócimas y venenos, drogas y remedios, sanaba huesos y cuerpos y leía el futuro en las vísceras de los animales y en las líneas de la mano, e incluso se aventuraba a interpretar sueños y a realizar predicciones astrológicas. Siendo niña su madre y ella entraron al servicio del cacique de su comarca, al que durante años guiaron y protegieron, siendo ampliamente recompensadas. Pero la enfermedad entró en la casa del conde y los remedios de las brujas no fueron suficientes para desterrarla, y las predicciones tampoco fueron halagüeñas. Por todo ello fueron acusadas, torturadas y condenadas. La madre de Áurea había muerto en la celda, y ella había escapado cuando la trasladaban con otras mujeres acusadas de brujería.
Áurea se recuperó y se quedó a vivir con Sara en la cabaña.
De cuando en cuando aparecía por la cabaña algún hombre herido, algún enfermo, o alguien que requería los cuidados y atenciones de cualquiera de las dos mujeres.
Una noche de luna llena Sara estaba bañándose en el río cuando vio aparecer a un joven con el pelo y la barba del mismo color que su melena. Se sintieron mutuamente atraídos e hicieron el amor hasta la salida del sol. Con el alba aquel joven desapareció sin haberle dicho a Sara ni siquiera su nombre, pero dejando en ella su simiente.
Una fría noche de invierno Sara dio a luz una criatura con la ayuda de Áurea, una niña de luna llena a la que decidieron llamar Selena.
Por la comarca se extendió el rumor de que en el bosque vivía una mujer con el pelo naranja y capaz de detener a cualquier hombre con la fuerza de su mano izquierda, una bruja que tenía tratos con el demonio, y que curaba a los bandidos y a los perseguidos a cambio de sus almas impuras. Por su captura se ofrecía una importante recompensa.
La mañana en que fue capturada Sara se encontraba sola en el bosque recogiendo hierbas. Hicieron falta tres hombres para reducirla. Fue acusada de brujería y tratos con el diablo, y como castigo la condenaron a la muerte en la hoguera, pero antes raparon su anaranjada cabellera y cortaron su mano izquierda, trofeos que quedaron expuestos en la plaza mayor para recordar el triunfo del pueblo sobre el maligno.
Pese a todo, por la toda la región siguió hablándose hasta nuestros días de mujeres de cabello de color del fuego que curaban con la ayuda del señor de las tinieblas y que podían ver el futuro.
A veces, paseando por el bosque hay quien ha logrado ver una joven con una melena anaranjada flotando, corriendo entre los árboles.
martes, octubre 17, 2006
Buenos dïas tristeza
La vida no es tan idílica como nos la muestran en las películas, ni tan fascinante como nos hacen creer en las novelas, ni si quiera tan interesante como la soñamos en la niñez y en la juventud. No, la vida, al menos la mía, no resulta atractiva.
Según van pasando los años, me da más la impresión que somos como plantas, como cualquier otro ser vivo de la creación, que nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. En eso consiste nuestra vida, y para llevar a cabo todo ese proceso nos inventamos situaciones que nos hacen más llevadero el proceso, pero son sólo ilusiones, pequeños instantes de felicidad que hay que saber atrapar para poder vivir.
Por desgracia, yo no sé conformarme con esas ilusiones, no sé atrapar esos pequeños instantes de felicidad, y le pido más a la vida, algo que no me sabe dar. A lo largo del tiempo he ido perdiendo las ilusiones, porque no se puede creer en ellas, son personajes ficticios creados por nuestra imaginación, y como tal, no tienen defectos. Sin embargo, cuando haces realidad alguna de esas ilusiones, la cruda realidad te golpea de frente mostrándote la cara menos simpática, la que no habías programado.
Dicen de mí que soy sensible e inteligente, si es así, ¿ por qué no soy capaz de ser feliz como los demás?, ¿por qué no sé explicar qué le falta a mi vida, qué es eso que anhelo pero que encoje mi alma y me hace llorar y estar tan triste?, ¿por qué no puedo dejarme llevar como los demás?
Ayer estaba bien, mi voz sonaba cantarina, y de hecho fui capaz de convencer a través del teléfono a catorce personas de que me encontraba bien, serena y moderadamente feliz. Sin embargo, por la noche me encontré tumbada en la cama, oyendo como la lluvia golpeaba suavemente los cristales, con la mirada fija sobre el techo de mi habitación mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas hasta la almohada sin poder hacer nada por evitarlo. No sé en qué momento, ni por qué resorte la tirita que cubre y sujeta las heridas de mi alma se desprendió, y la angustia y la pena se adueñaron de mí. ¿Cuando seré capaz de controlar esta desazón? ¿Acaso estoy obligada a convivir toda la vida con la señorita tristeza?
Sólo espero que esta angustia desaparezca pronto y que la sonrisa aparezca natural de nuevo en mi rostro, y recuperar las ganas de tener ilusiones, por pequeñas que estas sean, que me permitan continuar en el camino de la vida.
Señorita tristeza, ¿sería usted tan amable de desaparecer de mi vida y permitir la llegada de las señoritas esperanza e ilusión?
lunes, octubre 16, 2006
Sonríe, por favor
martes, octubre 10, 2006
Reflexiones
Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer; detrás de un déspota suele haber un gran complejo.
Mientras, en nuestro país, la noticia sigue siendo el fútbol. Si no teníamos bastante con la patética actuación de la selección Española de Luís Aragonés, ahora tenemos también la polémica del partido entre las selecciones de Euskadi y Cataluña. Yo propongo que para los próximos Mundiales se permita la participación de la selección de mi barrio, y no digo de mi comunidad de vecinos, porque entre todos los inquilinos tal vez no fuéramos capaces de formar un equipo de once jugadores en forma, que si no, también.
Cambiando de tema, ayer leí en un suplemento dominical un reportaje sobre un crucero para “singles”. Lo que más me llamó la atención era la desproporción entre hombres y mujeres: 200 féminas para 400 caballeros (que alguno lo sería, seguro).
Como digo, el dato me llamó poderosamente la atención porque muchas de mis amigas y conocidas están entre ese grupo de, llamemos impares (solteras, separadas, divorciadas...) y sin embargo no tengo consciencia de que ellos estén en la misma situación; lo que tampoco tengo tan claro es que unos y otros tengan las mismas ambiciones. Mis amigas no están buscando nada, y en su mayoría no tienen intención de cambiar su actual estado, mientras que ellos siguen pensando que el estado ideal del hombre es la pareja, a veces, cuantas más mejor, pero siempre con pareja.
Curiosamente, además, algunas de mis chicas “impares” han elegido este mes para viajar, entre otros destinos a Turquía y Egipto, y, desde luego, ninguna de ellas tiene el pensamiento de encontrar una pareja en estos destinos. Una de ellas el otro día me dijo que actualmente cuando tiene una cita, le bastan cinco minutos para saber si tendrá una segunda, porque dice que no está dispuesta a ejercer de maestra de nadie, que no tiene necesidad de cambiar a nadie, y sobre todo, no tiene necesidad de cambiar nada de su vida, ni si quiera su soledad. Me encantan las chicas que lo tienen así de claro y que son así de independientes.
Por último hoy quería hablar de televisión. Cada vez tenemos más canales, y cada vez menos programas que merezcan la pena ser vistos. A veces me gustaría saber que criterio siguen los programadores de televisión para emitir todos a la vez el mismo tipo de programa en el mismo horario, o el intermedio de más de diez minutos todas las cadenas a la vez, tal vez sea un fenómeno de hipnosis catódica. Ahora la última moda es la reposición; a algunas cadenas les ha dado por volver a programar antiguos formatos con nuevo decorado y nuevo presentador y a otras, directamente, la repetición de una serie que triunfó una década atrás. Lo que está claro es que en la televisión de nuestro país la originalidad y la creatividad brillan por su ausencia.
Por cierto, sin saber cómo, el otro día me encontré viendo una de estas viejas series. He de decir que en su momento, cuando medio país estuvo enganchado, no fui capaz de ver entero ni uno de sus capítulos, y sin embargo, ahora me veo absorta por un argumento que se parecía bastante a parte de mi vida... ¿casualidad, hipnosis catódica o es que me estoy haciendo vieja como la serie de televisión? No lo sé, pero creo que veré el capítulo siguiente a ver si la protagonista me enseña cómo salir victoriosa de esta situación.
martes, octubre 03, 2006
Se acabó lo que se daba; ya estoy de vuelta.
Me está costando mucho adaptarme de nuevo a la rutina, a esta ciudad, al otoño, a todo, pero no se puede vivir continuamente de espaldas a la realidad.
Además, incluso en la burbuja artificial las lágrimas y la desilusión han hecho su aparición. Hay cosas de las que una, por más que quiera, no es capaz de huir.
Bueno, hay que volver a la realidad, al trabajo, a los quehaceres diarios. Hay cientos de historias pendientes de ser creadas, muchas anécdotas que quieren ser contadas, algunas noticias que merecen ser analizadas, viajes, rutas y escapadas que quiero compartir, y cuanto antes empiece, más fácil será.
Adiós arena, adios olas, hasta pronto mar.
martes, septiembre 19, 2006
Cuentos de colores. La hoja roja
Se conocieron en una fiesta. Ella estaba a punto de cumplir los dieciocho y había acudido como acompañante y carabina de su prima. Él estaba con un grupo de amigos celebrando la obtención de su plaza como profesor titular en la Universidad.
Él reparó en aquella chiquilla y quiso alegrarle un poco la noche. Se sentó a su lado, hizo un par de comentarios graciosos para hacerla sonreír y reparó en que cuando lo hacía sus ojos chispeaban y cambiaban de color. Le invitó a una copa, y cuando se levantó para ir a la barra se dio cuenta de que aquella mujercita le había embrujado con su mirada. Cuando ella le besó él supo que ya no podría, ni quería, separarse de ella, al menos hasta que la noche acabase.
Al día siguiente fue a buscarle.
Al otro también. Y a la vez que la primavera comenzaba a florecer nació un romance entre dos seres tan distantes como los once años que les separaban.
Marina estaba ávida de conocimientos y Carlos gozaba proporcionándoselos. Ella comenzaba a descubrir un mundo del que él ya estaba de vuelta. Él le hablaba de los lugares en los que había estado, las gentes a las que había conocido, los libros que había leído y los sentimientos que había experimentado y ella deseaba vivirlo en su propia carne.
Carlos fue para Marina su primer amor, su primer amante, su maestro, su líder, lo era todo; para Carlos aquella chiquilla se convirtió en la mujer más importante de su vida, a la que más había amado.
Marina tenía miles de sueños por cumplir y Carlos lo sabía. El verano siguiente Marina quiso viajar, conocer mundo, estudiar otras culturas y otras gentes y Carlos supo que debía dejarla libre.
Se separaron sin lágrimas, sin ruido, casi sin palabras, pero con los corazones rotos. Los dos sabían que se amaban, pero para ninguno de ellos era el momento.
Verano
Marina viajo, aprendió idiomas, experimentó, estudió, obtuvo su diploma y consiguió un trabajo que le gustaba. Se enamoró tantas veces como se desenamoró a lo largo de aquellos años, incluso llegó a compartir su casa con un hombre durante un breve periodo.
Había llegado el momento, estaba preparada para reencontrarse con Carlos, ahora que ya había cubierto sus necesidades y que la distancia vital entre ellos había desaparecido.
Con los primeros calores las clases habían llegado a su fin, aunque Carlos permanecía en su despacho. Le recibió con una aparente frialdad que le costó bastante fingir. La encontró más bella, más madura y más atractiva de lo que conseguía recordar y mientras hablaba con ella en su estómago cientos de mariposas volvieron a revolotear, pero la realidad se imponía.
El atractivo profesor a sus treinta y seis años estaba a un paso de abandonar su soltería. La afortunada era una colega a la que había conocido dos años atrás en un curso de verano en el que ambos coincidieron como ponentes en la misma mesa.
Realmente parecía muy enamorado de Sandra.
Marina tuvo que disimular su desilusión, e incluso se inventó una relación inexistente para no quedar humillada ante Carlos.
Se despidieron deseándose lo mejor el uno al otro y sintiendo ambos que una puerta se cerraba y una nueva herida aparecía en sus corazones.
Otoño
Durante años no supieron nada el uno del otro.
Carlos escaló puestos en la Universidad, escribió un par de libros y coqueteó durante una temporada con la política.
La pasión de los primeros años de relación con Sandra se acabó muy pronto; tuvieron una hija y la rutina se instaló entre ellos. De cuando en cuando, para probar su virilidad, coqueteaba con alguna alumna, e incluso llegó a mantener un par de relaciones extramatrimoniales. Pero cuando la melancolía se instalaba en él las imágenes de Marina se apoderaban de su cerebro.
Para Marina al principio fue difícil, y durante un tiempo se dedicó a huir de los recuerdos y de sí misma. Cambió de ciudad, abandonó su carrera laboral, encontró un nuevo trabajo y se volcó en él. Durante un tiempo se cerró a todo lo que no tuviera que ver estrictamente con su trabajo, no había amistades, no había amores, no había tiempo de ocio, sólo trabajo, ascensos y aumento de responsabilidad.
Había llegado todo lo alto que podía llegar, y un día se dio cuenta de que había pasado de los treinta y estaba sola.
Conoció a un hombre tranquilo que le ofrecía serenidad para su corazón y seguridad para su vida. Tuvo muchas dudas antes de decidir compartir su vida con él. No había pasión entre ellos, aunque sí cariño, y Marina pensó que podría acostumbrarse con facilidad a esta vida tranquila. Se compraron un adosado con garaje y jardín y planearon un futuro con hijos, monovolumen y perro.
De cuando en cuando Marina tenía que viajar por motivos de trabajo. En aquella ocasión su avanzado estado de gestación le desaconsejaba tomar el avión y decidió viajar en tren. El viaje en tren hasta París se prolongaba por más de trece horas, y aunque había reservado una cabina individual en la que podría descansar cómodamente toda la noche, consideró acertado comprar algún libro.
Estaba eligiendo entre varios libros de una estantería cuando la imagen de una cubierta llamó su atención. Sí, era un libro de Carlos, y no había duda, la fotografía de la contraportada era él. Sin dudarlo un momento compró aquel ejemplar y deseó instalarse cuanto antes en su cabina para leerlo.
Miles de imágenes se agolparon de repente en su memoria, recuerdos que durante casi once años habían estado dormidos de pronto salían a la luz.
Devoró con ansia y curiosidad los primeros capítulos de la novela histórica firmada por Carlos, y en muchos gestos del protagonista descubría a su amado, e incluso en algunos pasajes encontró retazos de su propia historia de amor.
Estaba tan abstraída en la novela que decidió llevársela al vagón restaurante con tal de no perder un minuto de lectura.
Cuando el camarero fue a servir el segundo plato reparó en el libro, y le dijo que casualmente el autor de aquella novela se encontraba en el tren, cenando en una mesa a pocos metros de distancia.
Era una oportunidad que Marina no pensaba desaprovechar; armada con su libro, la mejor de sus sonrisas y precedida de una barriga de más de siete meses se dirigió a la mesa de Carlos para pedirle que le firmara su libro.
Él no pudo ocultar la sorpresa ni la alegría que aquella aparición había supuesto. Terminaron tomando los postres y el café juntos, hablando y riendo sin parar, como si no hubieran pasado once años desde el último encuentro. Se quedaron solos en el vagón restaurante, y decidieron prolongar la conversación en la cabina de Carlos.
A través de la ventanilla un tímido sol hizo su aparición por el horizonte, y ellos seguían hablando. Carlos sujetaba sus manos para refrenar las ansias que tenía de abrazar y recorrer el cuerpo de aquella mujer, y ella se mordía el labio inferior para calmar el deseo de besarle.
París siempre ha sido la ciudad del amor, pero a ninguno de los dos la estación de Austerlitz les había parecido un lugar tan hermosa como en aquella ocasión.
Marina ni si quiera llegó a instalarse en su hotel. Intentaban cumplir con sus agendas lo más rápido posible para tener el resto del tiempo para ellos solos. Paseaban por la ciudad cogidos de la mano, besándose cada pocos pasos, hacían el amor varías veces cada noche, se amaban despacio, disfrutando de su pasión como dieciocho años atrás, cuando se conocieron.
Marina sabía que no estaba bien lo que estaba haciendo, pero no quería renunciar a aquel momento.
Una semana pasa muy rápidamente, sobre todo cuando se vive con la intensidad que ellos lo hacían. La última tarde, antes de dirigirse al hotel pasearon como cualquier pareja de enamorados por los jardines de Luxemburgo. Una fina lluvia comenzó a caer y se protegieron de ella abrazados bajo un gran paraguas rojo que Marina había comprado esa misma tarde. No querían volver aún al hotel, porque los dos sabían que esa iba a ser su última noche y deseaban prolongar el momento lo más posible.
Pasearon buscando los caminos menos transitados, los rincones más solitarios. El otoño parisino había vestido a los árboles del parque con tonos rojos; algunas hojas habían empezado a caer al suelo mecidas por un viento cada vez más frío; una de aquellas hojas se posó sobre el abultado vientre de Marina y al ir a cogerla una mezcla de sentimientos de esperanza, alegría, angustia y culpabilidad se apoderaron de ella. Mañana tendría que volver a su realidad, a su tranquilo matrimonio, su cómoda vida, la espera de un hijo muy deseado por el padre, verle crecer, educarle.... La semana romántica en Paris con el hombre de su vida había sido sólo un espejismo, un sueño del pasado y del que ya había huido con anterioridad.
Carlos adivinó en su mirada todos aquellos pensamientos. La amaba más de lo que nunca imaginó, pero sabía que no podía tenerla, que esta vez había llegado demasiado tarde a su vida.
Marina guardó aquella hoja roja entre las páginas del libro de Carlos. El sol se había ocultado ya y el viento comenzaba a soplar con un poco más de fuerza. Se refugiaron en el hotel donde hicieron el amor con una pasión desenfrenada, casi con violencia, porque sabían que ya no habría otra noche para ellos.
Antes de marcharse Carlos escribió una nueva dedicatoria en su libro.
Da igual el tiempo que pase. Siempre te amaré y siempre te estaré esperando. Tal vez entonces sea nuestro momento
Invierno
El invierno siguiente nació Pablo, y dos inviernos más tarde nació Marcos. Marina dejó aparcado su trabajo para convertirse en ejemplar madre y esposa, pero a medida que pasaba el tiempo se iba secando como la hoja roja que guardaba entre las páginas del libro.
Carlos se separó oficialmente de Sandra, siguió dando clases y escribió varias novelas más que le depararon un notable éxito como escritor, y en las que siempre, de un modo u otro, aparecía un guiño a Marina.
Aquel invierno Pablo iba a cumplir 15 años y su padre decidió que la familia debía celebrarlo viajando a Eurodisney. Los chicos lo pasaron estupendamente, pero a Marina el castillo del mundo de fantasía le recordó a una cárcel similar a su adosado con jardín y la ciudad del Sena le pareció más triste que nunca.
No quería seguir engañándose ni quería seguir aparentando ante su familia. Hacía mucho tiempo que había dejado de querer a su marido y su vida como ama de casa mantenida y madre solícita le estaba asfixiando.
No hubo lágrimas, ni dramas, ni reproches, ni culpables. El día que se marchó pequeños copos de nieve cubrían con un fino manto blanco el jardín de la casa.
Tardó dos semanas en llamar a Carlos. Por fin, treinta y tres años después, su momento había llegado.
Desde entonces para Marina y Carlos no ha habido más inviernos, sólo una continúa primavera en el otoño de sus vidas.
Cibeles y la discriminación por la talla
El escándalo está servido, hay debates y enfoques para todos los gustos.
La noticia no es que Cibeles imponga un mínimo de masa corporal para poder desfilar, la noticia es que por primera vez alguien ha sido rechazada por excesiva delgadez.
En esta sociedad de culto al cuerpo y a la estética estamos acostumbrados a lo contrario; es frecuente el caso de alguien que no fue aceptado en un puesto de trabajo por tener una talla de más, y no estamos hablando de casos de obesidad extrema, pero ¿alguien ha visto alguna vez una dependienta de Zara o de Mango con una talla 46 ó 48?
Nadie te dice “tu currículum es perfecto, pero lo lamentamos, no te damos el trabajo por gorda”, pero hay maneras muy sutiles de decir eso mismo: “no tenemos uniformes de tu talla”, “la imagen es muy importante en nuestra compañía” o simplemente “no das el perfil que buscamos”, frase muy utilizada y que hay que tomarse de forma literal.
Yo sufrí una experiencia similar hace unos años. Junto con otras compañeras me presenté a las pruebas que una televisión convocaba para unas prácticas. Llegué junto con otra compañera hasta la prueba de cámara, pero me rechazaron diciendo que “no daba buena imagen porque la cámara engorda un poco y... llenaba demasiado la pantalla”. Yo me quedé con cara de tonta pensando que tendría que ver el culo con las noticias. Escogieron a mi compañera, que ha demostrado ser una muy buena profesional, pese a tener un ojo de cristal que entonces era muy visible en pantalla. Por cierto, su padre había sido delegado sindical en la televisión pública.
Hasta ahora había quien pensaba que nunca se está bastante delgada. A lo mejor, a partir de ahora, las cosas empiezan a cambiar un poco, y puede que llegue un momento en que a la gente se la juzgue y se la contrate por lo que es y lo que vale, y no por el simple criterio estético de un misógino (diseñador, jefe, superior o responsable de personal), incluso cuando se hable de moda.
viernes, septiembre 15, 2006
Filosofía de vida
miércoles, septiembre 13, 2006
The dancing queen
Una ducha rápida, una ropa interior cómoda al tiempo que sugerente, unas finas medias, una falda corta y un buen escote. Rojo para los labios y negro para los ojos... la noche, mágica y envolvente hará el resto. La noche que todo lo cambia, lo renueva, lo hace interesante, fascinante e insinuante. Se ve, pero no se toca.
Todos pendientes de ti, ellas con envidia y ellos con deseo. Y tú moviendo tus caderas y todo tu cuerpo al ritmo de esa música que suena sólo para ti, para que tú la bailes. Y todos pendientes de ti, envidiosas ellas, lujuriosos ellos.
De pronto hace su aparición él, destacando entre los demás. Te mira, pero no como los otros; te desea, pero de manera diferente a los demás, él lo hace desde un pedestal imaginario creado por el deseo compartido.
Miras hacia el infinito, pero sólo le ves a él, porque para ti los otros han desaparecido, y sabes que él también te mira sólo a ti y que para él ya no hay nadie más.
Bailas, balanceas tu cuerpo sólo para él, que lentamente te está desnudando, y tu deseo se acrecienta más.
Las ropas van cayendo al suelo con lentitud y ligereza. Estáis frente a frente, desnudos. Te balanceas insinuante y esperas que sus manos cubran todo tu cuerpo, de arriba abajo, de adelante a atrás, de abajo a arriba, de atrás a delante.
Abres tu boca y entornas los ojos.
Tu cuerpo está caliente pese a estar desnudo, toda tu piel está tibia y húmeda. Y sientes las yemas de sus dedos recorriendo tu piel y sus manos ardientes que te acarician cada vez con mayor intensidad. Primero sientes sus dedos, largos y afilados como calientes dagas, luego sus manos, más tarde el contacto de su piel, todo su cuerpo y por último ese aliento que te está derritiendo. Y sabes, o intuyes, que él también siente tus dedos, tus manos, tu cuerpo y tu aliento.
Y sigues contoneándote y él lo hace al ritmo que tus caderas le van imponiendo.
Paseas tu lengua con dulzura por tus labios intentando acrecentar más, si cabe, ese deseo que os envuelve y os arrastra.
Estás ya muy cerca de alcanzarlo, sigue, sigue así, al ritmo de esta música, sí sigue así, sigue, sigue, así, sí, así...
Abres los ojos y él sigue ahí, a unos metros frente a ti, en su mano izquierda sostiene un cubata y con la derecha manosea el culo del propietario de una anchísima espalda, propiedad de algún Adonis nocturno. Y poco a poco los demás van surgiendo ante tu vista, con sus deseos y sus envidias. Y tú sigues bailando, excitando al personal, mientras él se enzarza en un largo y húmedo beso con el propietario de la anchísima espalda.
martes, septiembre 12, 2006
El mar, la mar; el Atlántico, el Mediterráneo... ¡como te echo de menos!
Añoro el sonido de las olas, el aroma del salitre, las olas que llegan a la orilla queriendo alcanzar mis pies, las pisadas por la arena húmeda. Mi piel caliente sumergiéndose entre olas de espuma blanca, notando como me refresca e invitándome a abandonarme a su vaivén.
Paseo entre las dunas, mis pies se hunden entre arena fina.
Me siento sola en la orilla a contemplar el horizonte calmado mientras las olas se esfuerzan por alcanzar mis pies descalzos.
Me dejo envolver por tus sonidos y consigo olvidar. Paz, relax.
El mar, la mar... ¡ cuánto te añoro!
Regalos, ¡ qué difícil es acertar!
Cuentos de colores. La puerta verde
Por fin había llegado el gran día, con un año de retraso, eso sí, pero había llegado. Literalmente había saltado de la cama, estaba tan excitada como la mañana de Reyes. Lo tenía todo preparado en mi cartera marrón con asa de cuero y cierres metálicos.
Ya casi eran las nueve de la mañana... ¡qué ilusión!
Por cosas de la burocracia que entonces no entendí, y que hoy sigo sin entender, había tenido que retrasar mi entrada todo un año. Durante todo aquel tiempo me pregunté por qué yo tenía que ser diferente a los demás, por qué yo tenía que quedarme en casa.
No es que no lo pasara bien con mis hermanos... es que ¡tenía tantas ganas de aprender! Pero, que nadie piense que perdí el tiempo, ya me ocupé yo de que no fuera así (bueno, he de decir que ante mi insistencia conté con la ayuda de mis padres.)
Yo hubiera preferido el modelo de finas rayas rojas y blancas con un gran lazo de raso rojo a juego, pero tuve que conformarme con el sencillo blanco. En cambio, mi hermano, para el que también era su primer día, estaba radiante con el mil rayas azul.
Salimos de casa de la mano de mi madre. Yo recorrí el camino con una alegría y un orgullo inexplicable, me sentía feliz; en cambio, la cara de mi hermano era todo un poema. Prácticamente mi madre tenía que tirar de él, mientras que a mí tenía que frenarme.
Cuando cruzamos el arco y me vi rodeada de niños de todas las edades gritando, llorando, riendo, jugando y hablando supe que ya no había marcha atrás y que esta vez mi anhelo se iba a hacer realidad.
Y por fin llegamos ante la puerta verde.
Sólo los párvulos accedíamos al colegio por la puerta verde, el resto de las clases lo hacían directamente por la gran puerta de hierro.
Pero los párvulos, de 4 y 5 años, éramos especiales. Éramos los únicos que en aquel entonces tenían clases mixtas, y, además teníamos nuestro propio patio de recreo separado del resto por una gran escalera y una pequeña tapia. Aquel patio era mucho más pequeño que el otro, pero mucho más bonito, con macizos de flores, banco de arena, algún columpio, pelotas y una fuente bajita de color verde.
Ante la puerta verde los niños y niñas, con nuestros baberos nuevos y de la mano de nuestros padres nos mirábamos unos a otros. La mayoría lloraban y hacían pucheros, mientras que yo, exultante, me dedicaba a consolar a mi hermano y a los de mí alrededor.
De pronto, la puerta verde se abrió y una mujer robusta pero con la voz muy dulce empezó a nombrar a los niños y niñas de 4 años para que formaran una fila de dos en dos y entraran en clase.
Vi a mi hermano formar parte de esa fila emparejado con una preciosa niña de cabellos dorados bastante más alta que él. Cuando atravesó la puerta nos echó una última mirada llena de temor ante el nuevo mundo que se abría a él.
Tras la última pareja de niños de 4 años la puerta verde volvió a cerrarse.
La impaciencia me iba a matar, yo quería entrar ya, ¿por qué habían cerrado dejándome fuera? Mi mirada interrogó a mi madre que me calmó dándome una explicación lógica.
Observé a las otras niñas y niños de baberos blancos; iban a ser mis compañeros durante muchos años, algunos incluso mis amigos de por vida. Había algunos que se agarraban con fuerza a sus padres, otros sollozaban, pero también había quién como yo estaba nerviosamente expectante deseando que se abriera de nuevo la puerta.
Y la puerta verde se abrió otra vez e hizo su aparición una anciana menuda de cabellos grises y maneras delicadas, doña Teresita, la mujer más dulce que se puede encontrar en un aula.
Nos fue llamando por nuestro nombre y apellidos y emparejándonos por orden alfabético.
Liberados ya de nuestros padres formamos una fila de parejas. Yo me dediqué a animar y a consolar a mis compañeras, a contarles todo lo que íbamos a hacer y lo bien que lo íbamos a pasar.
Atravesamos la puerta verde y entramos en un mundo nuevo: el colegio. Aquel fue uno de los días más felices de mi niñez. Mesas y sillas a nuestra medida, lápices de colores, una gran pizarra, letras, números, cartillas, cuadernos, instrumentos musicales y algún juguete formaban parte del decorado.
Atravesar aquella puerta era como atravesar un túnel del tiempo, dejábamos de ser bebés y empezábamos a ser niños mayores. Íbamos a aprender, a adquirir conocimientos, pero también a jugar, a hacer amigos, a ser un poco más independientes, más mayores.
Durante nueve meses atravesé con alegría la puerta verde acompañada de mi hermano, que ya nunca más entró con miedo, entre otras cosas porque desde entonces supo que siempre yo estaría a su lado. Para mí cada día allí había algo nuevo y maravilloso, algo que me hacía crecer un poco más.
Cuando aprendí la magia de juntar letras para que estas formaran palabras y a su vez llenas de sentido hice uno de los mayores descubrimientos, y desde entonces no he parado de leer, de escribir, de juntar palabras, de comunicarme con otros, y siempre recuerdo que eso lo aprendí tras la puerta verde.