Una ducha rápida, una ropa interior cómoda al tiempo que sugerente, unas finas medias, una falda corta y un buen escote. Rojo para los labios y negro para los ojos... la noche, mágica y envolvente hará el resto. La noche que todo lo cambia, lo renueva, lo hace interesante, fascinante e insinuante. Se ve, pero no se toca.
Todos pendientes de ti, ellas con envidia y ellos con deseo. Y tú moviendo tus caderas y todo tu cuerpo al ritmo de esa música que suena sólo para ti, para que tú la bailes. Y todos pendientes de ti, envidiosas ellas, lujuriosos ellos.
De pronto hace su aparición él, destacando entre los demás. Te mira, pero no como los otros; te desea, pero de manera diferente a los demás, él lo hace desde un pedestal imaginario creado por el deseo compartido.
Miras hacia el infinito, pero sólo le ves a él, porque para ti los otros han desaparecido, y sabes que él también te mira sólo a ti y que para él ya no hay nadie más.
Bailas, balanceas tu cuerpo sólo para él, que lentamente te está desnudando, y tu deseo se acrecienta más.
Las ropas van cayendo al suelo con lentitud y ligereza. Estáis frente a frente, desnudos. Te balanceas insinuante y esperas que sus manos cubran todo tu cuerpo, de arriba abajo, de adelante a atrás, de abajo a arriba, de atrás a delante.
Abres tu boca y entornas los ojos.
Tu cuerpo está caliente pese a estar desnudo, toda tu piel está tibia y húmeda. Y sientes las yemas de sus dedos recorriendo tu piel y sus manos ardientes que te acarician cada vez con mayor intensidad. Primero sientes sus dedos, largos y afilados como calientes dagas, luego sus manos, más tarde el contacto de su piel, todo su cuerpo y por último ese aliento que te está derritiendo. Y sabes, o intuyes, que él también siente tus dedos, tus manos, tu cuerpo y tu aliento.
Y sigues contoneándote y él lo hace al ritmo que tus caderas le van imponiendo.
Paseas tu lengua con dulzura por tus labios intentando acrecentar más, si cabe, ese deseo que os envuelve y os arrastra.
Estás ya muy cerca de alcanzarlo, sigue, sigue así, al ritmo de esta música, sí sigue así, sigue, sigue, así, sí, así...
Abres los ojos y él sigue ahí, a unos metros frente a ti, en su mano izquierda sostiene un cubata y con la derecha manosea el culo del propietario de una anchísima espalda, propiedad de algún Adonis nocturno. Y poco a poco los demás van surgiendo ante tu vista, con sus deseos y sus envidias. Y tú sigues bailando, excitando al personal, mientras él se enzarza en un largo y húmedo beso con el propietario de la anchísima espalda.
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