Los fines de semana, incluso los pasados por agua, acaban en domingo, el nuestro también, y es el día en el que hay que regresar a la realidad habitual.
El domingo nos levantamos con una pequeña resaca y mucho sueño, y, con un sol espléndido y radiante, una luz que hacía daño a la vista. ¡Hay que joderse, el día que toca recoger los bártulos para volver a casa, el cielo brilla sin una sola nube a la vista!
Aprovechamos la mañana para pasear por el centro de la ciudad y por gran parte del cauce del Turia, y, como no, por la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Tomamos el sol, mientras paseábamos por una ciudad, que, aún llena de charcos, recobraba su brillo, su tranquilidad y su gente.
Pero, como ya digo, no dio para mucho más, porque había que regresar.
Por cierto, ellas se marcharon y el sol siguió brillando con una temperatura casi veraniega toda la semana.
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