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Un pero para la falla infantil, tan tremendamente repleta de ninots que causaba una sensación de confusión y caos, pues no permitía concentrarse en nada. En este caso se ha premiado el exceso, pero a mí no ha sido la infantil que más me ha gustado.
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El tercer premio, en esta edición, recayó sobre la falla de la Plaza del Pilar, que llevaba por título “Abierto hasta la madrugada”. Vistosa y colorista siempre y cuando se acceda a la plaza desde la calle Maldonado, y con un buen montaje triangular teniendo en cuenta las dificultades que conlleva una plaza tan angosta como esta, pero, para mí, no era meritoria de un tercer premio.
El cuarto fue a parar al monumento de Exposición-Micer Mascó, “Y tú, ¿a qué juegas?”, para mi gusto una falla muy innovadora, con unos colores muy desleídos y a la que la iluminación le hacía un flaco favor, que tampoco era merecedora de un cuarto premio, y que, comparada con la del año anterior, me dejó un poco decepcionada.
En la categoría infantil lograron un segundo premio con un monumento de similares características, aunque con unos ninots de acabados más redondeados. Para mí, un segundo premio fue excesivo, pero yo no formo parte del jurado.
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Pero, las fallas no son sólo los monumentos. No nos podemos olvidar de los falleros y falleras, que con su tradicional y carísima vestimenta aportan aún más color y vistosidad a la fiesta, de la ofrenda floral a la Virgen de los Desamparados, que hace que Valencia siga siendo la tierra de las flores, inundando la Catedral y sus aledaños con el embriagador perfume de miles de flores.
¿Qué sería de esta fiesta sin las mascletás o los castillos de fuegos artificiales?
No hay fallas sin tracas; no se puede explicar con palabras la experiencia de vivir una buena mascletá en primera fila en la Plaza del Ayuntamiento: es un concierto de pólvora al ritmo de las tracas, las salidas aéreas y las silbadoras, todo ello mezclado en un in crescendo que acaba con un terremoto de masclets que explotan en el suelo y que hacen vibrar la tierra bajo tus pies. Este año yo destaco la mascletá del miércoles a cargo de la pirotecnia Zamorano Caballer, aunque también he de decir que debido a la masificación del fin de semana, no pude acudir a la del sábado de Antonio Caballer y que recibió muy buenas críticas.
Y en cuanto a los castillos... sólo puedo decir que me encanta deleitarme con la combinación de luz, color, explosiones y ritmo entre el puente de las flores y el de la peineta, y que aún sería más bonito si no tuvieras que estar siempre alerta ante el gracioso de turno que se dedica a lanzar borrachos contra los asistentes.
No hay que olvidar tampoco a la música, otra de las grandes protagonistas de estas fiestas. Yo me conformo con admirar a las bandas, y bailar en alguna de las múltiples verbenas que se celebrar por doquier, pero, para quien quiso más, pudo disfrutar con los conciertos de Viveros organizados por Cadena 100 y los organizados por la Ser en el cauce del Turia.
Pero no todo ha sido positivo en estas fiestas: el incidente más destacado fue la explosión sufrida por una furgoneta pirotécnica en la calle Azcárraga, en la que por suerte no hubo que lamentar victimas.
El otro punto crítico ha sido la masificación, al coincidir las fallas con el fin de semana. Y, lo peor de todo es que la mayoría de ese aluvión de gente no sabe comportarse, no saben respetar la Ofrenda, ni las tradiciones, intentan llegar con el coche a los puntos más estratégicos, se dedican a tirar petardos descontroladamente y a destrozar el mobiliario urbano, y se creen que la ciudad entera es un gran botellón. Nunca he visto unas fallas con tanto consumo de alcohol, con tantas bolsas repletas de botellas de licor, incluso he llegado a ver a altas horas de la madrugada como un grupo de jóvenes insensatos intentaba meter en el metro un carro de supermercado cargado de botellas, botellas que luego quedaban tiradas en cualquier sitios. De nada han servido los numerosos váteres públicos distribuidos por toda la ciudad, porque cualquier esquina, cualquier lugar se convertía en un improvisado urinario. Es lamentable que tanto incívico convierta una fiesta callejera tan bulliciosa y animada como las fallas en un basurero.
No hay que olvidar tampoco a la música, otra de las grandes protagonistas de estas fiestas. Yo me conformo con admirar a las bandas, y bailar en alguna de las múltiples verbenas que se celebrar por doquier, pero, para quien quiso más, pudo disfrutar con los conciertos de Viveros organizados por Cadena 100 y los organizados por la Ser en el cauce del Turia.
Pero no todo ha sido positivo en estas fiestas: el incidente más destacado fue la explosión sufrida por una furgoneta pirotécnica en la calle Azcárraga, en la que por suerte no hubo que lamentar victimas.
El otro punto crítico ha sido la masificación, al coincidir las fallas con el fin de semana. Y, lo peor de todo es que la mayoría de ese aluvión de gente no sabe comportarse, no saben respetar la Ofrenda, ni las tradiciones, intentan llegar con el coche a los puntos más estratégicos, se dedican a tirar petardos descontroladamente y a destrozar el mobiliario urbano, y se creen que la ciudad entera es un gran botellón. Nunca he visto unas fallas con tanto consumo de alcohol, con tantas bolsas repletas de botellas de licor, incluso he llegado a ver a altas horas de la madrugada como un grupo de jóvenes insensatos intentaba meter en el metro un carro de supermercado cargado de botellas, botellas que luego quedaban tiradas en cualquier sitios. De nada han servido los numerosos váteres públicos distribuidos por toda la ciudad, porque cualquier esquina, cualquier lugar se convertía en un improvisado urinario. Es lamentable que tanto incívico convierta una fiesta callejera tan bulliciosa y animada como las fallas en un basurero.
Pero todo llega a su fin, y las fallas también. Con la cremá y las lágrimas de las falleras se acaba la fiesta del 2007. El día 20 Valencia amanece, misteriosamente, limpia, silenciosa, abierta de nuevo al tráfico, cansada, pero con ganas de empezar de nuevo.
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