UN LUGAR PARA SOÑAR

UN LUGAR PARA SOÑAR
puesta de sol en la Alhambra

martes, octubre 30, 2007

La conspiración Z

"ModernidaZ, lealtaZ, solidaridaZ, honestidaZ, sinceridaZ,verdaZ".
No sé quién ha sido el responsable de la campaña de Zapatero, pero ha dado con la clave del poder: la Z. Sí, no hay que hacer más que un poco de memoria histórica para darse cuenta de un pequeño detalle: todos los presidentes del gobierno de España desde 1978 llevaban en ambos apellidos una Z, repásalos tú mismo y te darás cuenta:


  • Adolfo Suárez González
  • Felipe González Márquez
  • JoséMª Aznar López
  • José Luis Rodríguez Zapatero.

Ya, ya sé que me vas a decir que hubo otro presidente, Leopoldo Calvo Sotelo, y que no tenía Z, pero es que Calvo Sotelo no fue electo, y cuando se presentó a unas elecciones perdió estrepitosamente ante Felipe González.

¿Casualidad? Puede ser, yo no voy a decir que no, pero llamándote Mariano Rajoy Brey a no ser que de la Z saltemos hacia atrás a la Y, lo tiene muy difícil. Por si acaso, yo empezaría a buscar en el PP candidatos a la presidencia con Z: Esperanza Aguirre la lleva en el nombre, y eso pesa mucho, y, le pese a quien le pese Alberto Ruíz Gallardón Jiménez, es el candidato con más posibilidades y dos Z.

Lo bueno que tiene esta teoría es que a su vez también sabemos que Josep LLuís Carod Rovira, Iñaki Anasagasti Olabeaga, Anxo Quintana, y otros muchos, no tienen nada que hacer en las próximas elecciones.

Por cierto, un dato más que apoya mi teoría del poder de la Z: en un país en el que la monarquía empieza a entrar en crisis, un país que se define más juancarlista que monárquico, el heredero al trono elige como compañera a Letizia (con z) Ortiz, dos z; tal vez con esto se garanticen ocupar el trono el día de mañana...

domingo, octubre 14, 2007

Pasadas por agua (LA P... GOTA FRIA)

1ª parte.

Más de 4 meses planeando un fin de semana en la playa con amigas; decidiendo cuál iba a ser el destino, las fechas, las invitadas, qué hacer, cómo ir... está claro, cuanto más lo planifiques peor, las cosas hay que hacerlas sin planificar apenas, porque si no pueden torcerse, y mucho.
La cosa empezó a desviarse un poco cuando a 4 días para la partida aún nos faltaba por confirmar la asistencia de un par de personas, y con una de ellas no podíamos hacernos de ninguna de las maneras. Se ladeó un poco más cuando el hijo de una de mis amigas, a 24 horas para la partida, cae enfermo y no tiene con quién dejarle y se quebró otro poco cuando la hora de partida hubo de cambiarse a las 15:00 horas porque a última hora otra de mis amigas no pudo cambiar la hora de salida del trabajo.
A todo esto, yo he de decir que estaba ya desde hacia varios días en Valencia, disfrutando de buen tiempo, de playa y ultimando los detalles para la llegada de mis amigas
.
Viernes, 19:00 horas, hora de llegada prevista. He cogido mi bolsa de fin de semana, he dejado a mi sobrino con su madre, he cerrado la casa, he hecho la compra, y cargada como una burra me dirijo a la estación de autobuses a recibir a mis amigas. Por el camino comienzan a caer algunas gotas, parece que va a llover.
Viernes, 19:50 horas, por fin llega el autobús con mis amigas. Están desatadas como quinceañeras, sólo piensan en comer golosinas. Salimos de la estación y nos ponemos en contacto con los chicos de la agencia Valencia Holiday (http://www.valencia-holiday.com/ ) y decidimos coger un autobús para dirigirnos a nuestro destino final, una casa en la misma playa de la Malvarrosa (no es que seamos tacañas, es que ningún taxi nos hubiera llevado a las 5 y a nuestro equipaje). Llueve, pero bajo la marquesina de la parada se nota menos.
Viernes, 20:05 horas, por fin en el autobús, destino la playa y un maravilloso fin de semana. Una de mis amigas se acuerda de aquella a la que hemos excluido, y con sorpresa comprueba que le ha llamado. Otra de mis amigas se pone en contacto con su casa y descubre que a ella también le ha llamado. Empieza a cundir el pánico y las más variopintas excusas.
Viernes, 20:55 horas, hemos llegado a nuestro destino. Tan sólo unos metros y un descampado nos separan de nuestra casa en la playa. Está lloviendo con ganas, Pepi , que el día anterior se ha hecho un esguince, va un poco dolorida, pero hay que apretar el paso si no queremos empaparnos. Por cierto, el descampado está embarrado, hay quien lleva tacones, todas vamos cargadas, y las ruedas de las maletas no avanzan por la charca.
Viernes, 21:00 horas, hemos llegado a la dirección indicada. Tocamos el timbre con insistencia, pues los chicos de la agencia deben estar dentro esperándonos. No hay respuesta. La lluvia sigue cayendo, y sólo tenemos en ese momento un paraguas para 5. Llamamos por teléfono a Javier, nuestro contacto con la agencia, pero no hay manera de localizarle. Empiezan las bromas, el nerviosismo, y sobre todo, sigue la lluvia.
Alguien ha visto luces en el piso superior, aporreo la puerta, pero no hay respuesta. A voz en grito y aporreando la puerta conseguimos llamar la atención, y conseguimos que nos abran. ¡Por fin en casa!
Viernes, 21:45 horas, nos hemos despedido de los chicos de la agencia y hemos tomado posesión de la casa. Tenemos a nuestra disposición una primera planta en la que tenemos una habitación con una cama de matrimonio, una especie de salita, un salón, un baño completo, una cocina grande con un gran comedor y una terraza, y una segunda planta con una amplísima habitación diáfana, en la que hemos hecho que nos coloquen las 5 camas, y una terraza con vistas a la playa. No tenemos vecinos a los lados, ni enfrente, por lo que podemos hacer todo el ruido que deseemos. La casa, algo antigua, nos descubre una gran cantidad de secretos guardados en sus armarios, repisas, muebles y recovecos...
Viernes, 22:20 horas, después de una pequeña deliberación hemos decidido salir a dar una vuelta y cenar en alguno de los restaurantes de la zona. Parece que la lluvia nos ha dado una tregua, pero, por si acaso, llevamos el paraguas y un par de chubasqueros.
Paseamos en busca de un restaurante y un intenso olor a gambón a la plancha nos inunda; sale de una casa particular; se nos hace la boca agua y avanzamos rápido, pero para mi sorpresa “La otra vuelta”, el restaurante en el que pensabamos cenar, está cerrado, al igual que la pizzería que había a su lado. Montaña sugiere alguno de los restaurantes que están en pleno paseo marítimo, un poco más adelante, y allá que nos vamos. Empieza de nuevo a llover, y a la altura de nuestra casa, el agua cae ya de tal manera que parece un diluvio. Decidimos cenar en casa con lo que hemos comprado, aunque no tenemos aceite. Menos de 200 metros nos separan de la casa, pero llueve con tal fuerza que nos estamos empapando, y no hay ningún sitio donde guarecerse mínimamente. Yo sólo veo la casa cuartel de la Guardia Civil a 50 metros, pero, por suerte, Teresa, algo más despierta que yo, ve abierto un restaurante justo enfrente de nuestra casa y allí que nos dirigimos.
Realmente, no llevamos pintas para cenar en el restaurante. Yo podría exprimir mi cazadora totalmente regada y no obtendría menos de un par de litros de agua; las perneras de los pantalones de color crudo de Isabel y Montaña están empapadas y salpicadas de barro y arena, y sus cabezas gotean al igual que la mía; Pepi va cubierta con un chubasquero de color amarillo intenso, y entre los vaqueros mojados y su esguince ya no puede dar un paso, y Teresa, cubierta también con un ligero chubasquero azul, va calada hasta los huesos y chorreando por todas partes. Otra vez Teresa demuestra su lucidez al dirigirse al ventanal de la cocina del restaurante para pedir un poco de aceite. No tenemos ni donde llevarlo, pero finalmente nos dan un poco en una botellita de agua, suficiente para poder cenar.
Con el preciado líquido dorado en nuestro poder corremos a la casa esquivando charcos, cuando a Pepi se le antojan patatas fritas. Teresa y yo corremos a abrir la puerta y ponernos a salvo del agua, mientras Montaña y Pepi se quedan ante el ventanal de la cocina pugnando por unas patatas fritas y una barra de pan. Les cuesta más que el aceite, pero finalmente lo consiguen. Ya estamos todas a salvo en casa.
Viernes, 23:30 horas, a cubierto de la lluvia, secas, vestidas con nuestro pijamas y después de haber deshecho nuestro equipaje, cenamos una opípara cena alta en colesterol a base de patatas fritas, huevos fritos, salchichas, san jacobos, pan recién hecho y yogures, amenizada con una charla medianamente escatológica. Desde las terrazas vemos como cae la intensa lluvia como una cortina densa, no llueve, no, jarrea, pero no nos importa, tenemos las endorfinas altas y el buen humor se ha apoderado de todas nosotras. Mientras Teresa, con sus manos mágicas trata el esguince de Pepi, Montaña rebusca por la casa hasta que encuentra una sombrilla, una tabla, un cubo y una pala. Aún pensamos en salir a remojarnos un rato en la playa. Nos reímos, bromeamos, bailamos... estamos de escapada en la playa.
Viernes, 23:55 horas, hemos tenido que recoger en varias ocasiones el agua de la cocina que se cuela por la puerta de la terraza y hemos puesto dos toallas contra la puerta para impedir el paso del agua, aunque mitigan poco la invasión. De pronto, Pepi da la voz de alarma: en la habitación de la primera planta se ha abierto una raja en el techo que está goteando y ha mojado toda la ropa que habíamos colocado sobre la cama para que se extendiera. No encontramos una palangana o un barreño. Montaña vacía uno de los cajones y lo coloca sobre la cama para recoger la gotera. Subimos a la planta alta, y allí comprobamos que no hay goteras, pero que a través de una de las ventanas, cerrada, el agua se ha abierto paso y hay un gran charco ya en el suelo.
Recogemos el agua. Encontramos también un pequeño charco en el salón, pero creemos que es el agua que han escurrido los chubasqueros. Revisamos todo, y comprobamos que la cocina, pese a las toallas y pese a todo, empieza a parecerse a una laguna. Decidimos llamar a Javier para comunicarle el estado de la casa y que nos ofrezca una solución. Por el ruido que se oye al otro lado del teléfono, descubro que está de copas. No parece muy preocupado.
Nuestra indignación va creciendo por minutos. Yo empiezo a perder los nervios. Una nueva brecha se ha abierto en el techo de la habitación de la primera planta. Ya no es una pequeña gotera, son dos grandes rajas por las que el agua cae como de una regadera, sin parar; la mitad del techo de la habitación se ha oscurecido por la humedad y amenaza.
Sábado, 00:15 horas, Javier se pone en contacto con migo para saber qué está pasando. Le explicamos la situación y nos dice que en unos minutos vendrán a verlo. No parece muy alterado, pero nosotras sí lo estamos. Cada vez llueve con más intensidad y el agua sigue penetrando por todos los rincones en la casa.
Sábado, 00:25 horas, Javier y su compañero llegan a la casa. El timbre sigue sin funcionar y además yo no soy capaz de abrir la puerta de acceso a la calle, menos mal que cuento con la inestimable ayuda de Teresa. Al abrir la puerta comprobamos que la calzada es un gran charco y que la intensa lluvia no permite distinguir nada a más de 10 metros. Recibimos a nuestros caseros en pijama, nerviosas, y un poco asustadas al comprobar que el agua sigue avanzando en la habitación y que ya cae con intensidad a través de la lámpara.

Con ellos descubrimos una nueva gotera en el salón. Deciden que nos van a desalojar de allí y que van a proporcionarnos un nuevo hospedaje, y nos dan a elegir entre dos apartamentos en el mismo edificio en la playa de la Patacona, o un apartamento de lujo en la Torre de Francia, frente al Parque de las Artes y las Ciencias de Valencia. Nos vamos vistiendo a toda prisa, temiendo que el agua haga un cortacircuito o que se hunda el techo del dormitorio. Mientras ellos se marchan a comprobar la disponibilidad de los apartamentos y a acondicionarlos para nuestro realojo, nosotras nos quedamos recogiendo nuestros enseres batiendo todos los récords, preparándonos para trasladarnos y decidiendo que la mejor opción son los apartamentos en la Patacona. Por cierto, mientras soportamos la tensa espera Isabel se hace con un par de rollos de papel higiénico que guarda entre su equipaje, y que en el futuro nos serán muy útiles,y Montaña y Teresa con un par de libros.
Recibimos una nueva llamada de Javier. Las carreteras están inundadas, no se puede acceder a la Patacona y nos van a instalar en un apartamento de la Torre de Francia. Nos mandan un par de taxis para que nos recojan y nos lleven al nuevo destino. Teresa empieza a decir que no es lo mismo y no va a parar fácilmente con la cantinela.
Sábado, 01:00 horas, Teresa, que se ha quedado escaleras abajo, en la puerta, avisa de que ha llegado el primer taxi. Decidimos que sean Pepi e Isabel las que salgan en primer lugar, mientras nosotras tres nos quedamos a la espera del siguiente vehículo. Comprobamos con cierto estupor que pese a la intensa lluvia el taxista no se baja del vehículo para abrir la puerta del maletero y que son Isabel y Pepi las que se han de hacer cargo de meter su equipaje en el maletero.
Sábado, 01:15 horas, llega el segundo taxi seguido de cerca por el coche de nuestros arrendatarios. Cortamos la luz y cerramos la puerta. Mi teléfono empieza a sonar con desesperación, pero no soy capaz de encontrarlo mientras guardo mi bolsa de viaje y me acomodo en el asiento delantero del taxi. El taxista nos pregunta la dirección, nos miramos sorprendidas y, como por arte de magia el coche de los chicos de Valencia Holiday se pone a nuestra altura y le pide al taxista que le siga. Mi móvil sigue sonando. Consigo encontrarlo: es Pepi, el taxista, que es bastante borde, no conoce la dirección a la que debe dirigirse y amenaza con hacerlas bajar del taxi y cobrarles la carrera. Le doy la dirección y les emplazo a vernos en el edificio de la Torre de Francia donde los chicos de la agencia se harán cargo de la carrera.
Sábado, 01:25 horas, las calles están inundadas; la calle de Juan Verdeguer y la calle de la Estación están cortadas, de manera que no podemos acceder a la Avenida de Francia por el camino ordinario; seguimos por el camino de las Moreras, pero a cierta altura también está cortado y no tenemos más remedio que adentrarnos en Nazaret, donde nuestros caseros se hallan perdidos y han de seguir al taxi. Callejeando por Nazaret, buscando calles accesibles terminamos dando un tremendo rodeo a Valencia, cruzando por el nuevo cauce del río hasta aparecer por fin en el puente de Monteolivete , desde donde vislumbramos el edificio, no en vano es el más alto de la ciudad. En ese momento nuestros arrendatarios nos adelantan a toda velocidad y se saltan los semáforos de dos cruces y una glorieta. Seguía lloviendo cuando por fin llegamos y descendimos del taxi, pero nuestra sorpresa fue ver que Isabel y Pepi aún no habían llegado.
Sábado, 01:55 horas, con los nervios de punta por la carrera alocada que hemos realizado y sin la aparición aún de Pepi e Isabel, nos recibe el portero del edificio. Llamo a Pepi y me confirma que están llegando. Javier sale a pagar al taxista y a recoger los enseres de mis amigas. Estamos todos fatigados, empapados y con unas pintas un poco extrañas, no hay más que mirar a la habitualmente elegante Isabel, vestida con un chandal naranja y zapatos de medio tacón o a Pepi cubierta con el chubasquero amarillo. El portero flipa tanto con nosotros que cuando nos ve dirigirnos al ascensor nos recuerda que no cabemos los 7 en un solo elevador.
Por fin hemos llegado a nuestro nuevo hogar. No hay toallas ni papel higiénico, y sigue lloviendo, aunque en la 8ª planta no corremos peligro. Enviamos a Javier y a su compañero a por toallas, papel higiénico y algo para beber que nos haga la noche un poco más relajada, mientras Teresa no para de decir que no es lo mismo y Montaña la secunda. Aún hay que hacer el reparto de habitaciones, deshacer el equipaje y poner la ropa mojada a secar.
Sábado, 02:20 horas, los chicos han aparecido con una botella de coca-cola, un paquete de papel higiénico y un par de toallas. Sigue lloviendo, nos quedamos charlando un rato mientras nos relajamos antes de irnos a dormir. Mañana será otro largo día, pero eso será otra historia.

jueves, octubre 11, 2007

Acoso

Leemos a diario casos de acoso, acoso en el trabajo, acoso en las escuelas, acoso en la vida diaria... pero siempre nos parece algo lejano e incluso un poco irreal; por eso cuando el caso es cercano, cuando atañe a tu círculo, la indignación es enorme.
No podía creerme que en pleno siglo XXI, entre chicos de 15 y 17 años, que se han criado y educado en un ambiente de igualdad, de tolerancia, de democracia, de libertad... pudiese seguir dándose un caso de acoso sexual grave.
Estoy hablando de un chico de 17 años, de un colegio privado mixto, de educación religiosa, de un acosador que en mitad de una clase, se dedica a acosar impunemente y sin tregua a una joven de 16 años, aprovecha cualquier descuido para abalanzarse sobre ella y manosearle y sobarle, y cuando ésta le niega repetidamente, él no tiene otro recurso que insultar, humillar, vejar y amenazar físicamente. Estamos hablando de un maltratador y un violador en potencia. Por supuesto él ahora lo niega todo, y se dedica a propagar infundios sobre la joven.
¿Qué clase de educación ha recibido esa criatura? ¿Acaso nadie le enseñó que cuando alguien te dice NO hay que respetarle?, ¿quién le enseñó que las mujeres pueden ser propiedades que se manejen a su antojo?, ¿no le explicaron lo que es la libertad, la igualdad, la tolerancia, la educación, el respeto, el sentido común? Parece ser que no, e incluso, parece ser que no era la primera vez que el gallito actuaba de esa misma manera, pero se amparaba en el miedo que sentían sus víctimas.
Porque eso es lo peor, el miedo, el sentimiento de culpa, la vergüenza, la sensación de impotencia e indefensión que siente una mujer ante especímenes de este tipo. Sé de lo que hablo porque yo lo viví en mis propias carnes y me lo callé en repetidas ocasiones. Ni todo el agua caliente, el jabón y los restregones con el estropajo logran hacer que dejes de sentirte sucia y culpable. La humillación a la que te ves sometida es tan grande que te paraliza, no te permite reaccionar, y durante días el miedo se apodera de ti. Quisieras desaparecer, volverte invisible.
Las mujeres no tenemos la culpa de que en el mundo haya seres despreciables como este niñato de 17 años, y otros muchos de todas las edades, que se creen que las mujeres somos inferiores a ellos y que podemos convertirnos en objetos, en sumisas esclavas destinadas a satisfacer su ego o sus caprichos. No tenemos la culpa de que no entiendan que no somos una propiedad de nadie, que somos personas con los mismos derechos que ellos, y a veces, muchas, con más inteligencia que ellos. No tenemos la culpa de que no comprendan que tenemos la libertad de rechazar a quien queramos, de decir NO cuantas veces queramos y a quien queramos. Las mujeres no somos culpables de ser hermosas, atractivas, sensuales o seductoras, y sobretodo, no tenemos que avergonzarnos por ser así. Ellos deben de saber controlar sus instintos primitivos, y si no son capaces, que se pongan en tratamiento o se vistan con pieles y se vayan a vivir a una cueva en el bosque, como hace millones de años.
Por suerte M.,a sus 16 años, tiene la cabeza muy bien amueblada y supo reaccionar perfectamente. No se calló, si no que lo denunció, primero a sus padres, después ante la dirección del centro, y los mediadores de la policía. M. lo ha sacado fuera de sí, y aunque aún está asustada, sabe que no tiene que avergonzarse de nada, que no tiene que temer, que no es culpable, que no callándose conseguirá que el chico sea castigado, que nadie va a seguir creyendo sus mentiras, y, que es posible que con su acción haya evitado otros casos.
Ojalá yo también hubiera actuado como ella hace muchos años; ojalá no lo hubiera dejado guardado dentro de mí, ojalá alguien me hubiera dicho que yo no era culpable...en mi caso ya no se puede hacer nada, pero en los futuros sí. Que ninguna mujer se avergüence, que denuncien, que no se dejen avasallar por estos maltratadores, acosadores y violadores, y que vayan por el mundo con la cabeza bien alta y el orgullo de ser mujeres.

jueves, octubre 04, 2007

Otoño, lluvia y depresión

Estamos en otoño, la estación de la melancolía.
Lleva lloviendo toda la semana; apenas he visto el sol desde hace 15 días. Miro al cielo y no veo más que nubarrones negros que amenazan con descargar una fuerte tormenta en cuanto pise la calle.
El cielo se ha oscurecido tanto que parece que la noche repentinamente se haya echado sobre esta tarde, y de repente ha comenzado a llover con tanta fuerza que las gotas al caer al suelo salpican y crean burbujas.
Me gusta la lluvia, me gusta el olor a tierra mojada, pero sobretodo, me gusta que luego salga el sol, necesito el sol, y ahora noto que me hace mucha falta.
Es posible que a los demás no les condicione tanto, pero a mí sí. Está clínicamente demostrado que en otoño, al disminuir la cantidad de luz solar a la que estamos expuestos, los niveles de serotonina, un neurotransmisor a los que algunos llaman "la hormona del placer", descienden, afectando a aquellos que sufren patologías de tipo depresivo. Esta es la razón por la cual el otoño suele ser la estación más propensa a las recaídas. Pero que nadie se alarme, el descenso de luz solar no afecta a todo el mundo, para ello deben de existir de antemano problemas, y, aún así, no a todos los enfermos les afecta de igual manera.
Lo bueno de todo es que antes o después terminará por salir el sol, y que cuando menos me lo espere estará brillando en lo alto del cielo. Mientras tanto, he de intentar que la melancolía no se apodere de mí, y he de recordar que a mi alrededor hay un montón de gente que merece la pena, gente que me quiere y por la que merece la pena intentar sonreír.